Diario de León
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León

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TENEMOS la misma sensación que podrían experimentar los que vivieran al lado de una catarata, si esa catarata cesara. No sé cuál sería, ya que no he conocido a nadie que viviese cerca de una catarata y además creo que las cataratas responsables no cesan nunca. Lo más probable, según don José Ortega, es que oyeran el silencio. Nosotros vamos a escucharlo ahora, después de la catarata de mítines, que ya son agua pasada. Gran cosa el silencio, a condición de poder interrumpirlo para mostrar el divino don de la palabra, que según algunos políticos nos ha sido dado para poder ocultar nuestros pensamientos. El silencio, afirman los poetas, es el verdadero lenguaje universal. Todo el mundo se calla del mismo modo en todas partes. «Amigo de la quieta luna», le llamó Virgilio. Otros han ponderado su música callada y alguien, no me acuerdo ahora de quién era, bendijo a las personas que no teniendo nada que decir se abstienen de demostrárnoslo con palabras. En este momento los discursos han sido reemplazados por la aritmética, que siempre suena menos. Es la hora de los analistas. Hay tantos que es imposible dar un paso sin pisar a alguno. Todos los líderes están contentos, ya que según se mira y se suma, han ganado todos, incluso aquellos a los que no les arrendamos las ganancias. Los números cantan, pero es preciso en algunos casos que haya coros, si quieren ser oídos, y ha llegado la hora de los pactos. Como se sabe, la política hace extraños compañeros de cama, aunque Woody Allen asegura que lo que verdaderamente hace extraños compañeros de cama es el matrimonio. Agradezcamos el relativo silencio que se produce siempre tras unas elecciones. (Peor sería que no las hubiera y que no nos preguntaran nada. A mí tardaron en preguntarme mi opinión: no pude darla hasta cerca de los cincuenta años). Se ha debatido el método mejor contra el exceso de decibelios: brigadas de la Policía, pantallas de absorción o zonas peatonales. Quizá lo mejor es que descansen los que hacían ruido.

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