Diario de León
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León

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LA mixtificación, la ignorancia y el tópico han gravitado durante mucho tiempo, agrediéndola, sobre la deslumbrante obra de uno de nuestros mejores pintores del siglo XX, si no el mejor: Julio Romero de Torres. Preterido por los «cultos» por no figurar en las vanguardias convencionales, despreciado por los «incultos» por aparecer sus cuadros en billetes de banco y en calendarios, el artista cordobés corrió la misma suerte que su gran amigo y también enorme genio don Ramón María del Valle Inclán: siendo inmensamente populares, sólo los espíritus más refinados han sabido gozar en su integridad de ellos. Pero el tópico no se detuvo en la vil calificación de «pintor de calendarios» que mereció el cordobés en el desierto cultural de los últimos 60 años. También se asentó firmemente la especie de que Julio Romero de Torres supo como ninguno retratar a la mujer cordobesa. María Teresa López, modelo a los 14 años del bellísimo cuadro La chiquita piconera y que falleció este lunes a la edad de 89 años, era argentina, y como ella, la mayoría de sus modelos fueron madrileñas, bilbaínas, catalanas o inglesas. Natalia Castro, su modelo de los billetes de 100 pesetas y amante del pintor, fue una de las escasa excepciones: era de Linares. La mujer cordobesa, eso sí, se miró en sus cuadros modernos, exóticos y universales para ser más mujer, más hermosa y más cordobesa si cabe. Cuando Romero de Torres murió, toda Córdoba asistió conmovida a su entierro, y el alcalde, en nombre y representación del pueblo, depositó un beso en su frente. Después, la ignorancia fue sepultándole bajo paletadas de tópicos.

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