ELRINCÓN
Cuestiones de estómago
MI llorado amigo Pedro Rodríguez gustaba referir una anécdota significativa, más bien delatora, de la consideración que merecía el oficio periodístico a principios del siglo pasado. A una aristócrata, numerosa de títulos y grandezas de España, que ofrecía un agasajo en su casa, le dijo el mayordomo: -Señora duquesa, ya están ahí los periodistas. -Pobrecillos, que pasen y que coman. Ahora hay un periodista marroquí, llamado Alí Lmrabet, que es director de dos semanarios, uno francés y otro árabe, y que lleva sin comer desde el 6 de mayo. Ha sido procesado y condenado a cuatro años de cárcel por «ultraje a la persona del Rey». A raíz de sus declaraciones y del consiguiente castigo, el hombre se declaró en huelga de hambre y como con el estómago no se juega ha tenido que ser hospitalizado. El médico que le atiende -y que si desea seguir atendiéndole tendrá que acudir al espiritismo- dice que «ya no puede beber, lo vomita todo y le cuesta articular palabras». O sea, que se encuentra muy cerca del estado ideal de todo periodista en un régimen de dictadura más o menos sobredorada. Hay en el mundo mucha hambre obligatoria. Se calcula que de cada cuatro eventuales habitantes de este absurdo planeta, tres pasan hambre. Hambre, que no es lo mismo que apetito. Pues bien, a esa vergonzosa cifra, que es un ultraje para la humanidad, hay que añadir un guarismo: el del periodista marroquí Lmrabet, acusado de ultrajar al rey. Coincide esta noticia con la encuesta sobre hábitos alimentarios de nuestros jóvenes. La dieta de los españoles no es que se haya empobrecido, sino que está en la miseria más absoluta. El 33 por ciento de los compatriotas emplea sólo un cuarto de hora para comer, lo que quiere decir que no come, sino ingiere. Qué desastre. No saben lo que se pierden, aunque ganen peso a base de deglutir hamburguesas indescifrables. Entre las cosas más gratas de la vida están las largas sobremesas con los amigos. A condición de haber comido, claro.