DESDE LA CORTE
Vuelve la España del XIX
ESPAÑA va bien: vamos de drama en drama. Las fotos más repetidas los últimos días retratan perfectamente la modernidad: restos de un avión y de un tren y cadáveres en el suelo. Los titulares también son muy expresivos: todos hablan de tragedia. Las causas se parecen: siempre hay detrás un fallo humano. La dependencia de responsabilidades surgen del mismo lugar: de lugares donde algo ha tenido que ver la Administración del Estado. El fondo del debate también está servido: en ambos casos hubo un problema de gasto público. González Ruano decía: «A mí los muertos se me dan como nadie». Hoy, entre Casablanca, Turquía, Sangüesa y Chinchilla, don César podría hacer crónicas sensacionales. Este cronista no hace tan hermosa literatura. Se limita a expresar su asombro. Después de haber escrito ayer «Antipáticos, pero funcionan», hoy introduce el matiz: funcionan en los resultados económicos, fallan en lo humano. En la etapa de mayor prosperidad, asoma la España negra que parece heredada del siglo pasado. En el tiempo de la alta velocidad, seguimos teniendo la mitad del tendido ferroviario (4.500 kilómetros) de una sola vía. En el año en que participamos en una expedición a Marte, el 20 por 100 de nuestras líneas ferroviarias son peligrosas. En la época de la informática y la tecnología de punta, millones de viajeros dependen de que un hombre se equivoque al dar la salida a un tren. La vida de esos pasajeros está pendiente de un hilo: del hilo del teléfono de los jefes de estación del recorrido. Esa es la realidad que asomó dramáticamente en Chinchilla una noche de junio. Denuncia Felipe Alcaraz que la automatización de esa vía estaba ya presupuestada wen el año 2.000, pero se nota que el presupuesto es de papel. Dice Alvarez Cascos que nunca anrtes se gastó más en infraestructuras ferroviarias, pero responden los sindicatos que todas las inversiones se marchan al AVE y a Cercanías. Resultado: Chinchilla. Es decir que se opone la modernidad a un siglo XIX por el que viajan millones de personas. ¿Dimitir? Ese verbo no figura en el diccionario de la política actual.