EN BLANCO
Españolito
NI DIVINOS ni impacientes sino todo lo contrario: humanos, pacientes, inseguros y cabreados. Por donde marchan los españolitos de a pie, en el último escalón de las relaciones de poder, no funciona el rádar de los poderes públicos. Demasiados mecanismos para detectar una maniobra política del adversario. Pero muy pocos para garantizar el bienestar de los ciudadanos, incluida su seguridad en el transporte público. O existen pero no funcionan. O funcionan fatal. Como en el caso de la reciente tragedia aérea en Turquía hay que distinguir al referirse a los muertos por el choque de trenes en Chinchilla. Distinción entre el accidente en sí y el estado de la cuestión en materia de seguridad de las personas. Como en la tragedia de los militares, también se nos ofrece ahora una variada y numerosa acumulación de testimonios, previos al accidente, que revelan un deficiente funcionamiento de todos los mecanismos, técnicos y humanos, incluidos los de inspección. O sea, un mar de dudas a la hora de preguntarse si la seguridad del usuario está garantizada cuando se sube al tren. O al avión. O al autobús escolar. Los hechos son tozudos. Nada menos que trece accidentes ferroviarios en lo que llevamos de año. Y un reciente informe oficial de Renfe que atribuye los descarrilamientos a la vejezde las vías. La seguridad ha sustituido a la cooperación como noción central del nuevo orden planetario. Ese es el concepto primario de seguridad que manejamos los españolitos de a pie. Pero no parece que sea prioritario para un Gobierno, cuya hipersensibilidad frente a inciertas amenazas por el uso de no se sabe qué armas de destrucción masiva le llevan a meternos en una guerra.