TRIBUNA
Dar la espalda a Cuba contribuye al proyecto imperial
ENTENDIDAS ya por la inmensa mayoría de la población algunas de las razones que motivaron las últimas guerras (Yugoslavia, Afganistán, Irak, ...) y que tendrían que ver con el control de los recursos energéticos (petróleo, gas, agua, ...) de regiones que los alojan y de sus vías de salida (oleoductos y gaseoductos), parecería que la actual campaña contra Cuba no responde al esquema tradicional de recolonización que se evidenció en las anteriores intervenciones imperiales. Hay dos pueblos a los que el imperialismo no codicia fundamentalmente por sus riquezas energéticas materiales, sino por la irradiación moral que se desprende de ellos. Dos pueblos por largo tiempo amenazados de desaparición de su proyecto nacional o político, y que en la construcción de su resistencia a la dominación se están convirtiendo en la sedes decisivas de la vitalidad del humanismo mundial, de la esperanza de los que luchan por que otro mundo sea posible. El pueblo palestino y el cubano afrontan en distintas condiciones el cerco del capitalismo globalizador que trata de fagocitarles y cada uno, comprendiendo que la nueva dominación colonial supondría la negación de sí mismo, de su soberanía, del derecho a decidir sobre sus relaciones sociales, su economía y su modo de ver el mundo, resiste y nos recuerda que siguen, en la cadena de dignidad de la historia, al referente que fue Vietnam. La película «En construcción» refleja lo que es «pensar con las categorías propias de los poderosos». En escena, mientras construyen una pared conversan un albañil gallego y un joven inmigrante norteafricano que le pregunta si él invierte en bolsa. Sorprendido responde que prácticamente no le alcanza el sueldo para vivir. El inmigrante concluye que si las condiciones materiales les incluyen en la clase de los trabajadores, por qué en el mundo de los valores de muchos trabajadores se asumen los que les son propios a los ricos, valores como la consideración de los otros pobres, de los inmigrantes, de la religión, las costumbres de los ricos,... Cómo es que esos valores se han extendido, dominan y no se cuestionan por los propios perjudicados. Parece que en el último tiempo, respecto a Cuba, muchas voces han sonado al modo del discurso del gallego de la película, adoptando como propios los puntos de vista de los amos del mundo y considerando inapelable el «sentido común» de una época, sentido común que condena la pena de muerte en Cuba pero que, cuidadosamente, oculta que sus ahora «escandalizados» mentores son los responsables de los mayores crímenes cometidos contra la Humanidad en el último siglo. Muchas de esas voces han hecho del apoyo a los valores y reglas morales, que siempre remiten a una coyuntura histórica, un uso que les ha conducido a la trampa del «humanitarismo abstracto» que, día a día, tiende el imperio y que consiste en concentrar la mirada en las violaciones de los derechos humanos que supuestamente se cometen en los países enemigos de los EE.UU., mientras se silencian las atrocidades cometidas por ellos mismos y por sus socios. Según Amnistía Internacional, durante el año 2002 fueron ejecutadas 1560 personas en todo el mundo ¿cómo sonaron esas voces en estas ocasiones? Al dictado de ese «sentido común», se pronunciaron representantes de organizaciones de trabajadores, partidos y sindicatos, a los que se les presupone el carácter de clase y su consecuente objetivo emancipatorio. Pero muy al contrario, lo que traslucían era la asunción de valores que la democracia burguesa considera hoy inapelables con expresiones como: «disidentes», «criticar de forma pacífica al gobierno de la nación», «juicios sumarísimos propios de un estado de sitio o de guerra». Se diría que en su ejercicio diario de adaptación al «estado de cosas» en Occidente, no reconocen la guerra desigual que el país capitalista más poderoso y agresivo del mundo infiere a la pequeña isla donde los medios de producción se han nacionalizado, y que estos dirigentes van olvidando que la democracia burguesa formal es sólo una hoja de parra que oculta la dictadura de un puñado de banqueros ricos y bandidos empresarios, y en la que los derechos de los trabajadores cada día retroceden. Así es que afloraron opiniones unas entre los trabajadores de espaldas a los valores inherentes a su clase y otras, de «ilustrados», de espaldas a la razón crítica sin el análisis concreto e ignorando los contextos. Finalmente los quejosos han sido útiles en la campaña internacional concebida y ejecutada por los sectores más reaccionarios del gobierno norteamericano en la preparación de una opinión mayoritaria que justifique una agresión militar contra Cuba. Y es seguro que han olvidado que la nueva doctrina de seguridad de EEUU establece el principio de guerra preventiva que sustenta la «guerra infinita» contra enemigos que los intereses del imperio definen de acuerdo a sus necesidades. En educación y salud Cuba está entre los países más desarrollados del mundo. Y en cuanto a libertades, el último informe de Amnistía Internacional no denuncia ni torturas ni «desapariciones», ni asesinatos, mientras que en las «democracias» vecinas -Guatemala, Honduras, Haití, México, Colombia, Brasil...- son incontables los sindicalistas, periodistas y otros activistas asesinados, y donde los derechos económicos, sociales y culturales no toman cuerpo en parados, campesinos indígenas, niños de la calle, maquiladoras... A Washington no sólo le preocupa Castro. Teme la naturaleza del régimen cubano, una revolución que expropió a los imperialistas y a la burguesía y estableció un sistema para mejorar las condiciones de vida del pueblo y que sigue siendo referencia para las masas cada vez más oprimidas de América Latina como ha reflejado el apoyo que recientemente han dispensado los argentinos a Castro en Buenos Aires. Esa es la obsesión del imperialismo USA con Cuba. Nada que ver con los derechos humanos de los cubanos. En América Latina donde no hay un solo régimen burgués estable, los EE UU están dispuestos a intervenir contra los avances democráticos de los pueblos, abiertamente en Colombia o conspirando junto a las fuerzas contrarrevolucionarias internas en Venezuela. En Cuba, fuente permanente de irritación para Washington, en la actual línea de agresividad de EE UU hacia el resto del mundo, se refuerza la guerra sucia aumentando la ayuda económica a los «disidentes» y situando a Cuba en la lista de «estados sospechosos». En el Programa de apoyo a la disidencia en Cuba de los EE UU (USAID) se dice textualmente: «Financiamos organizaciones que coincidan con nuestra política para derrocar al gobierno de Cuba». Y desde la oficina de intereses económicos de EE UU en La Habana se promueve, organiza, financia y protege esa «disidencia». ¿Es la palabra adecuada?