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Publicado por
PEDRO CRESPO
León

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LA INDUSTRIA tabaquera, tanto la europea cuanto la norteamericana, buscan nuevos mercados, nueva clientela. El tercer mundo es su principal objetivo y, dentro del mismo, los sectores más deprimidos, como las mujeres y los adolescentes. Mientras tanto, en los USA y en el Viejo Continente, se prohíben los anuncios de tabaco y fumar en lugares públicos: dentro de poco, incluso en la calle. Y, entre bromas y veras, se ha anatematizado la relación tabaco/cine, proponiendo que de ahora en adelante las películas en las que los actores fumen se cataloguen 'para adultos', lo que amenaza los rendimientos en taquilla de muchas de ellas. Lo penúltimo ahora son los insultos. Así, el actor/realizador Santiago Segura afirma tajantemente, en un vídeo que se pasa en las sesiones informativas, como prólogo del acto, que «el que fuma es un gilipollas», para seguir con la comparación del tabaco con las deyecciones animales, -«el tabaco es una mierda»- y, como colofón, la equiparación del acto de encender un cigarrillo con el de soltar una ventosidad, a ser posible sonora y maloliente. Salvando un par de siglos de evolución en las reglas de urbanidad, nada hay tan grosero y ofensivo para los demás como ventosear en público. Vomitar es un acto que se entiende involuntario, fruto de una afección gástrica, más o menos aguda, que cabe esperar como transitoria. Y algo parecido ocurre con el acto de defecar, que situaría en una situación de indudable e incómoda indefensión a quien tratase de ejecutarlo con ánimo de injuriar a los demás presentes. Sin embargo, el capítulo de las ventosidades es harina de otro costal. Junto a su primordial e indiscutible protagonismo en el humor marrón, ventosear se reviste de una capacidad social ofensiva muy especial porque para su ejercicio se precisa de una decidida voluntariedad por parte del sujeto ejecutante. Equiparar el encender un cigarrillo a la expulsión de una ventosidad no rebaja el pecado social. Y, además, ya se sabe, que fumar y ventosear: todo es empezar.

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