Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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DEBAJO DE las piedras de los edificios destruidos por los bombardeos, por las orillas sagradas del Tigris, donde dicen que estuvo la cuna de lo que llamamos civilización, por todas partes se sigue buscando armas. Las célebres armas de destrucción masiva que escondía el tirano. Aparecen otras cosas: piezas desperdigadas tras el saqueo arqueológico, joyas escondidas en cámaras secretas del Banco Central Iraquí o fosas comunes con los cadáveres de gente que molestaba a Huseín cuando estaba viva, pero no aparecen las armas que justificaron la invasión petrolífera. ¿Cómo se pudo ir el dictador sin decirle adiós a las armas? Quizá no pudo hacerlo porque los arsenales no existían. Los 1.400 inspectores estadounidenses que siguen recorriendo Irak de punta a punta continúan buscando, pero no encuentran y en el Congreso están empezando a cuestionar la información que tenían y, sobre todo, los argumentos esgrimidos por la Casa Blanca para iniciar la guerra. El Comité de Inteligencia del Senado no está enteramente compuesto por retrasados mentales y aumentan las críticas a Bush. ¿Dónde están las pruebas que justificaron la peligrosidad del repugnante régimen de Husein para la seguridad de Estados Unidos? El jefe de inspectores de armas de la ONU, que es un señor sueco llamado Blix, tiene un cabreo muy semejante al que experimentan los perros adiestrados para buscar droga cuando, después de olfatearlo todo, no encuentran porque no hay. Mientras, la postguerra sigue generando un goteo de bajas norteamericanas y en la última emboscada de Tikrit un soldado resultó muerto y cuatro heridos. Son los caídos por la patria y por el petróleo, pero la gran pregunta es si estuvo justificado el uso de la fuerza contra Bagdad. A medida que las críticas crecen aumenta también la malquerencia yanqui contra el mundo islámico y ahora estudian la exclusión de más de 13.000 musulmanes de su territorio. Las guerras nunca se acaban cuando acaban.

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