EL RINCÓN
Vivir como mi perro
POCO A POCO, los españoles estamos dejando de comportarnos como animales con los animales. Cada vez queda menos gente que lo pase en grande tirando cabras desde los campanarios. Quizá porque cada vez quedan menos cabras, pero tampoco hay que descartar que haya aumentado la sensibilidad colectiva hacia esos compañeros nuestros en la aventura que supone pasar una temporada en este planeta de los galácticos arrabales. Antes era todo mucho peor. Eremburg se dio cuenta de que estaba en un país de cuidado al ver a un aldeano en un camino polvoriento apalear a su caviloso pollino, al mismo tiempo que le gritaba ¡arre, burro!, una y otra vez. Quizá fuera la ferretería de las erres lo que le dio la pista. Ahora, por fortuna, gracias a la Sociedad Protectora de Animales y a la educación primaria, hay otra manera de mirar a estas pobres «almas mudas». Sobre todo a los perros. Es significativo que siete de cada diez compatriotas vean en el perro un apoyo emocional y el 65 por ciento considere que su presencia aporta cosas a la cohesión de la familia. Familia que saca al perro a mear, aunque sea por rigurosos turnos individuales, permanece unida. Un animal de compañía puede hacer mucho por nosotros, pero nosotros podemos hacer más por él. El hombre es el mejor amigo del perro, que está construido de amor. Para conseguir que se vuelva agresivo hay que seleccionar cuidadosamente los ejemplares de más mala leche y luego adiestrarlos para que ataquen. Los salvajes son los amos. Sólo les falta ladrar. Quizá sean peores los que los abandonan por las carreteras -90.000 el año pasado- y los que les ahorcan de los árboles cuando han envejecido. «¿Cómo le hubiera gustado vivir?», me preguntó una vez un entrevistador. «Como mi perro», le dije. Sí, a mí me hubiera gustado ser el perro de mi casa. No conozco a nadie que lo pase mejor y que tenga menos obligaciones. Ni si quiera tiene que escribir un artículo todos los días.