El que pacte y bien repacte...

HACE muchos años las páginas de este Diario de León casi centenario incluían con religiosa periodicidad una información sobre el mercado de la Plaza Mayor. Era, por así decirlo, el IPC de la época, la inflación a ojo de buen cubero periodístico y sin Instituto Nacional de Estadística que midiese décima a décima hacia dónde viraba el gasto familiar. «¡A tres pesetas el pavo! ¡Dónde vamos a llegar!», interpretaba en vísperas de Navidad el cronista, sin ayuda de ministro de Economía alguno. El mercado era algo así como las tripas de la economía doméstica de la ciudad, donde se ofertaba y se regateaba (a cuánto el queso, a dos, pero si está medio seco, pues vaya a ver quién se lo da más barato); donde se sentía latir el pulso de qué valía cuánto. Algo así se percibe en el ambiente en este periodo entre las elecciones y la toma de posesión. A cuánto está el pedáneo, se ofrece cuarto y mitad de alcaldía por voto de apoyo a presupuestos, o me da una concejalía más lustrosa o me voy al puesto de al lado,... A falta de mayoría suficiente de ciudadanos convencidos de un proyecto político, los de la cosa pública toman los votos que les corresponden y se van al mercado en busca pacto que legitime lo que no han acabado de santificar las urnas. Luego pasan cosas como las de Madrid, donde encima, y sin entrar en otras diatribas, tiene que aguantar una a los de IU agraviados por haber perdido una cuota de poder que de ninguna manera les correspondía por votos. Más o menos lo que pasa en León. Las llaves están en manos de aquellos que menos respaldo público han tenido; lo que no acaba de explicar que pretendan obtener mayores prebendas que los que han ganado con más apoyo los cerrojos. Los de la llave lanzan el órdago, a más perder. Los de los cerrojos deberían calcular el coste de pactar a cualquier precio. Y los ciudadanos deberíamos tener doble papeleta: una para decir quién queremos que gobierne, y otra para decir quién no queremos, no, que asuma nuestro gobierno.