Los maquis de Irak

SE ACABÓ la guerra, pero ha empezado la guerrilla. Es de suponer que a los muertos les es indiferente pasar a ese duradero estado en una gran ocasión histórica que en una emboscada. Para ellos es igual Waterloo o el cerco de Stalingrado que una bala perdida. La guerrilla, que es vocablo que patentamos los españoles, remite a escaramuzas y partidas de paisanos al mando de un jefe particular.. Su misión es acusar y molestar al enemigo y, por supuesto, disminuir en lo posible su número. Proliferan las guerrillas en Irak, tras la invasión petrolífera justificada por los grandes arsenales de armas de destrucción masiva que no existían. El tirano Huseín sigue teniendo leales. Su hijo mayor dice que está vivo. Ningún misil norteamericano le dio en el turbante, por lo visto, pero el caso es que no se le ve. Para los neblinosos territorios de la leyenda es preferible que se ignore si descansa en paz o continúa vivo y dando guerra para que sus enemigos no tengan descanso. Ha pasado siempre. Algunos alemanes tardaron en convencerse de que Hitler había muerto en su bunker y creían que estaba planeando algo en un país sudamericano. Y en México no sé si todo el mundo está persuadido del fallecimiento de Emiliano Zapata. Le siguen vitoreando y aseguran que su caballo, blanco como el de nuestro apóstol ecuestre, se ha vuelto cimarrón y merodea por los ranchos. Mientras, miles de chiíes se manifiestan en Basora: quieren autogobierno. Bueno o pésimo, pero suyo. Los ejércitos de ocupación nunca alcanzan un alto grado de popularidad. Aunque reparten hamburguesas y refrescos de cola, la enlutada población civil los mira con recelo. Se diría que prefieren a un tirano nativo que a un libertador extranjero. Algunos les llaman patriotas, pero ya sabemos entre qué clases de gente se reclutan a veces estos amantes terruñeros. El caso es que el ejército estadounidense ha comenzado la denominada operación «Escorpión del desierto» y va a seguir muriendo gente.