EN BLANCO
El hombre-látigo
TANTO en el partido Laborista británico, como en el Conservador, existe la figura del whipman (literalmente hombre-látigo). Este personaje viene a ser como el policía perteneciente a Asuntos Internos, un político dedicado a vigilar a los otros políticos. La verdad es que no suele ser el chico o la chica más popular del distrito, pero gracias a él resulta muy difícil que en las listas que presentan los partidos inscriban a algún gato disfrazado de liebre, porque el whipman, o la whipwoman, sabe casi todo de sus queridos colegas. Y, cuanto más importante es el cargo para el que se presenta ante los electores, más detallados son los informes que se le solicitan al whipman. De esa manera, el hombre látigo sabe a quién le pusieron una multa hace cinco años por conducir borracho, y si el amor que siente por Escocia es patriótico o simplemente concentrado en las destilerías. Y, en fin, no hay deuda, afición al juego, amantes o amistades peligrosas que se le escapen. (Por supuesto que la homosexualidad no es un defecto como el de la dipsomanía, pero tras los pobres resultados de un tal Mendiluce, en Madrid, que salió del armario como acicate para su campaña, está claro que la homosexualidad no provoca entusiasmos irresistibles entre los votantes). Si los grandes partidos españoles dispusieran de un hombre-látigo al frente de un equipo que fuera capaz de elaborar discretos informes sobre los potenciales candidatos, está claro que algunos de los problemas que surgen después, y que incitan a cerrar filas y a proyectar culpas sobre terceros, dejarían de producirse. A no ser, claro, que los informes del whipman se los pasaran por el arco del triunfo los jerarcas, suceso bastante normal.