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Publicado por
JOSÉ ANTONIO BALBOA
León

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TODOS los días del año, especialmente los fines de semana de los meses templados, arriban a playas españolas en pateras miles de africanos. Algunas de estas frágiles embarcaciones desaparecen tragadas por las aguas, otras son interceptadas por la Guardia Civil, pero la mayoría logran alcanzar las playas de Canarias o las costas de la península. Las pateras, con todo, no son más que uno de los caminos que conducen a España; los hay legales e ilegales, con todo tipo de medios y subterfugios. Vienen de América, Asia y países del este de Europa. Lo importante es entrar, atravesar los muros de esta fortaleza tan desprotegida pero tan rica en que se ha convertido la Unión Europea. Es difícil poner puertas a una inmigración que tiene como causa la miseria y la inseguridad de países gobernados por mafias, en los que ha desaparecido o se ha adelgazado el Estado hasta límites insospechados. No es solo la miseria sino la inseguridad y la falta de futuro lo que les conduce a la UE, gastándose sus ahorros en el viaje y aún jugándose la vida en la aventura. Aunque para muchos, especialmente mujeres, la vida no sea del color de rosa que les pintan las mafias, esta tiene como destino no un espejismo sino países con un nivel de vida y un orden que son el principal reclamo. No todos los inmigrantes son iguales, muchos son gente culta, con estudios o conocimientos profesionales, pero no los pueden desarrollar en sus respectivos países. Esta riada inmigratoria, acelerada estos últimos años, supone para España algo más de un millón cien mil extranjeros residentes, con un aumento cientos de miles de personas cada año. Esta inmigración tiene algunas consecuencias negativas, que no se pueden negar. Unas ya las estamos sufriendo, como el aumento de la delincuencia y la inseguridad ciudadana. En el año 2002 la policía investigó más de 500 bandas organizadas en nuestro país, deteniendo a 3.000 extranjeros, que no suponen más que un pequeño porcentaje de los 25.000 arrestos de extranjeros de ese año, principalmente de marroquíes, rumanos y colombianos. Otras consecuencias se verán a más largo plazo, ante la dificultad de modificar costumbres y creencias que chocan con una sociedad laica y abierta como es hoy la española. La inmigración tiene también aspectos positivos en relación con la demanda de ciertos trabajos y sobre todo por su incidencia en la natalidad y, por tanto, el futuro demográfico y económico. No habría inmigrantes si no hubiera expectativas de trabajo. Hay paro pero también ciertos trabajos no son atractivos para los españoles que no quieren realizarlos. En esos trabajos no compiten, por eso los inmigrantes son necesarios. De cara al futuro, sin embargo, su papel en la demografía será más determinante. Débilmente aún, la tasa de fecundidad está aumentado desde 1998, y el número de nacimientos poco a poco se va elevando. Uno de cada diez niños nacidos en España el pasado año lo fue de madre extranjera. Esto es un signo esperanzador para el rejuvenecimiento demográfico, cuyas beneficiosas consecuencias se verán pronto. Incluso en Castilla y León el número de nacimientos ha aumentado ligeramente. Si en el 2001 nacieron 315 niños menos que en el 2.000, en 2.002 han aumentado en casi 500, superando los 18.000 nacidos. Este crecimiento es aún precario y está por debajo de la media nacional. El crecimiento vegetativo es aún negativo, pero la inmigración augura mejores perspectivas. Sólo León, y las provincias de su antiguo reino, difieren de esta dinámica, signo de una crisis profunda. León cuenta con el mayor número de población extranjera de la comunidad (entre 7.622 y 9.125 según distintas fuentes), aunque muchos son emigrantes antiguos y con el mismo comportamiento demográfico del resto de los españoles, por eso las cifras de crecimiento son las más bajas, con un crecimiento muy negativo.

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