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Publicado por
PANCHO PURROY
León

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OLEADAS de estudiantes ocupan los pasillos de la selectividad con aire de bachilleres pardillos frente a sus colegas veteranos de las facultades. Acabaron las risas del curso y el acojono se plasma en movimientos nerviosos, sudores fríos y verborrea entrecortada por miradas furtivas a los apuntes. Algún profe intenta dar ánimos a su manada: tranquilos, me han dicho que va a ser fácil. Se extinguió, como el mundo de los dinosaurios y mastodontes, el atuendo formal, de chaqueta y corbata los varones y falda y camisa las chicas. En versión académica de Operación Triunfo, los tíos exhiben bombachos raperos o bermudas y camisetas de diseño, desde el negro de Iron Maiden al amarillo de la enseña futbolera de Brasil. Las tías pata de elefante, tela de camuflaje o vaquera a la piedra, top asimétrico, piercing ombliguero y tatuaje tribal en omoplato o riñonera. Es más frecuente entrar al aula olvidando los bolígrafos que el móvil. Ya nadie estudia en casa o la habitación del colegio mayor, ciego de café y anfetaminas. La soledad ha sido sustituída por la reunión multitudinaria en el Albéitar o la biblioteca, abiertos día y noche, con salida a los bares del entorno que hacen en junio su agosto de cocacolas, cervezas, zumos y pizzas, entre esfuerzo mental y pendoneo, con tantos o más usuarios en las escaleras de acceso que en las espartanas sillas de lectura. Como examinador, poco ogro la verdad, hace tiempo que renuncio a penalizar las faltas de ortografía, numerosas y de bulto. Escribir correctamente, en general ha pasado a la historia, posiblemente por un gran bajón del hábito de lectura. Proliferan las abreviaturas infames, q en vez de que, + por más, o recortar tu propio apellido: Glez por González. A la revisión acuden todos: lumbreras, listos, normalitos, mendrugos y funestos. La argumentación, repetida: me quita puntos por los fallos, pero he puesto muchas cosas importantes. Rasero para aprobar facilito y, a septiembre, sólo los desastres. Un chollo.