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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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HAY UNA espiral de acero que pronto recibirá al visitante que entre en Ponferrada desde el este: un garabato en el aire, un bucle oxidado, una lengua de camaleón peinando los vientos que buscan el fresco del Plantío. Es un fragmento de celuloide que deja entrever un juego de formas y fotogramas, creado por José Sánchez Carralero como homenaje al cine en una ciudad que está depositando esperanzas de desarrollo en su todavía tímido pero firme vínculo con esa industria que fabrica sueños. Carralero, después de una dilatada y galardonada trayectoria como pintor, dota de un acertado movimiento a su primer trabajo escultórico, Hay también un esqueleto arbóreo de bronce que da sombra a un templario en pleno centro histórico. Es un conjunto que sale bien librado del desafío que suponía el encargo de recordar el hallazgo legendario de la figura de la Virgen en la plaza que preside la Basílica. Venancio Blanco, uno de los mejores escultores contemporáneos del país, ha tenido la habilidad de zafarse de la estampita ñoña y venerable de la iconografía tradicional en la que tan fácilmente podría haber caído en este motivo, dotando a las figuras de una fuerza que tiene algo de primitivo y que permite un acercamiento abierto y simbólico no necesariamente piadoso. Son gestos urbanos para una ciudad que ya cruzó el siglo XX con el más bien escaso bagaje de tres esculturas en sus calles -curiosamente las tres iniciativa privada- y que ha triplicado su patrimonio plástico en apenas ocho años. Puede alguien pensar que es éste un derroche de nuevo rico pero, para algunos, la ciudad es nuestra casa y gustamos de encontrar en ella rincones cómplices donde vagabundear.