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Publicado por
GEORGINO FERNÁNDEZ
León

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UNO, POR su trabajo, está tan acostumbrado a tratar a diario con tarugos y tuercebotas que, en ocasiones, cuando -por fortuna- debe hacerlo con personas que están sin duda en otro registro la sensación, además de placentera, es ciertamente chocante. Me sucedió el pasado jueves, durante la presentación oficial de la nueva estatua del monje templario con la imagen de la patrona del Bierzo encontrada en el hueco de una encina; un conjunto que corona la remodelación de la plaza de la Encina. Su autor, el escultor Venancio Blanco, Premio de las Artes de Castilla y León, me pareció de esas personas que uno reconoce llenos de sabiduría ética. Sosegado en el hablar -con esa pausa y esa distancia sabia que sólo dan los años- dio en apenas un minuto y medio una lección de sencillez y de humildad cuando se refirió a su obra. «La escultura se ha hecho sola. Posiblemente el que menos haya hecho he sido yo. Yo sólo he sido un espectador de lo que iba naciendo, de esa idea tan bonita», comentó al pie de la estatua sin más alharacas ni fuegos de artificio. Y además, uno reconocía como cierto lo que estaba diciendo. Se imaginan, por poner un ejemplo a bote pronto, a algún político que no intentase rentabilizar en su provecho una obra en la que hubiese tenido una participación directa. Yo tampoco. Esa forma de hablar y de expresarse corresponden a otro registro, a otra forma de ser y de concebir la existencia que cada vez abunda menos desafortunadamente. Ahora priva más lo otro. El tuercebotas que farfulla cuatro bobadas y se cree algo; el arribista que quiere subir cada vez más a costa de quien sea y de lo que sea, el que se cree eterno y el ombligo del mundo y, luego, toda la tropa de turiferarios que los rodean para lo que pueda caer. Yo soy de los que prefiere el otro registro y a medida que pasan los años me voy sintiendo más cercano a esos modos; incluso de una forma radical en muchos aspectos. «Preguntadle cosas al monje y a la encina» nos recomendó a los periodistas Venancio Blanco con una sonrisa; con esa sonrisa de quien sabe que en ocasiones el bronce puede ser algo más que un metal transformado y también puede susurrar cosas si se le sabe escuchar. En la encina que colocó al lado del monje puso además un nido de palomas como símbolo de la vida. «Esta es la plaza de la Encina pero desde ahora también será la plaza de la vida Algo hay que aportar para seguir viviendo y seguir disfrutando», dijo. Qué diferente suena eso de las peleas -algunas navajeras- a las que uno asiste cada día, casi siempre circunscritas al terreno de la política. Ejemplos abundantes los hay en las últimas semanas. El enfrentamiento en el seno del PP berciano por la lista a la Diputación; la lucha entre las dos facciones del PSOE comarcal por hacerse con la presidencia del Consejo Comarcal o la casi guerra en Balboa entre PP y Balboa por una alcaldía que voló de un sitio a otro de la trinchera por un sólo voto. A lo mejor todos ellos deberían preguntarle cosas al monje y a la encina.