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Publicado por
VICENTE PUEYO
León

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SE HACEN la foto de familia, se beben los correspondientes sorbos de vanidad, y vuelta para casa tan ufanos. Eso han hecho los jefes de Estado y de gobierno, reunidos bajo el amparo del monte Athos. Se asegura que, a falta de algunos retoques, se han puesto las bases definitivas de lo que será la primera Constitución europea y que también se ha entreabierto la puerta a los paises balcánicos para que, en el rompeolas de la gran Europa, encuentren una salida a un laberinto histórico que ha costado cientos de miles de vidas. La vieja Europa, dicen, renace como el Fénix de sus cenizas y son cada vez más los que quieren seguir la estela de su viaje por la historia. Hermoso. Que son cada vez más los que contemplan a Europa como la tierra prometida se comprueba día a día con las decenas de personas que, embarcados en viajes suicidas, se quedan para siempre como alimento de peces en ese mar que un día fue más culto y más limpio. Se les olvidó a los mandatarios hincarle el diente a esta realidad que tanto condiciona los objetivos aperturistas que quieren presidir el próximo devenir europeo. Salvo esfuerzos parciales e insuficientes, lo cierto es que «los Quince» siguen sin acordar políticas comunes y efectivas en materia de asilo, de control de fronteras, de integración real de los inmigrantes, de acuerdos con los países de los que proceden la mayor parte de estos colectivos que buscan una vida digna para ellos y para sus hijos. No se atisba qué tipo de Europa se quiere construir si no se atiende a esta realidad tan perentoria. Michel Rocard lo dijo con valentía y con claridad recientemente: «Europa no puede aceptar toda la miseria del mundo». Ni puede, ni es razonable que la acepte a no ser que el gran esfuerzo de tolerancia y de concordia, que en última instancia es la idea europea, se vaya al garete y haya que empezar a hablar del gran caos europeo. El desafío de la inmigración requiere más atención y no que se sobrevuele una cuestión que afecta a todos y cada uno de los pueblos de Europa. En alguno de estos pueblos, y por supuesto no hay que irse fuera de nuestros límites provinciales, el peso de la población inmigrante es una realidad creciente que, en modo alguno puede soslayarse. La falta de criterios homogéneos, que debieran emanar de las instituciones comunitarias, puede desembocar en políticas sectoriales equivocadas y contraproducentes. Nuestros mandatarios debieran darse menos palmaditas en la espalda y agarrar el toro por los cuernos. En Salónica no lo hicieron.