Religión y neoderecha

CUANDO una ley orgánica tan cuestionada y combatida como la de Calidad de la Enseñanza logra superar todos los escollos parlamentarios y sociales, su desarrollo posterior difícilmente se vería entorpecido. Sólo ha levantado una polvareda crítica el decreto que, una vez aprobado por el Gobierno, equiparará la asignatura de Religión -o su alternativa: Historia de las religiones- a todas las demás, como Física, Literatura o Matemáticas, a efectos de evaluación, con influencia en el expediente académico del alumno. Los partidos de izquierda y las centrales sindicales han puesto el grito en el cielo, como si se ejercitasen en una ira santa que no les corresponde, al denunciar que ese tratamiento normativo tan favorable a la religión católica y a sus jerarquías eclesiales infringe la Constitución, tanto en su espíritu aconfesional como en el párrafo segundo de su artículo 16, que dice así: «Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias». Pero el hecho de que los alumnos vayan a verse precisados a optar obligatoriamente entre dos asignaturas del área Cultura, Sociedad y Religión, es decir, a desvelar si pertenecen o no a la confesión católica, supondría un cierto forzamiento, no contemplado a lo largo de la Constitución. No va a estallar ahora una nueva guerra de religión porque nuestra sociedad ha llegado a un alto nivel de madurez democrática, aunque se vea atraída en algunos de sus sectores por esa corriente neoconservadora que transmite la actual Administración de EE.UU. En ese ambiente neoconservador se sienten más cómodas algunas instituciones como la Iglesia En el inmediato futuro no se entrevé que un cambio político vaya a modificar la enseñanza de religión, devolviéndole su condición de «maría», por lo que a partir de curso 2004-5, desde primaria al bachillerato, pasando por secundaria, los alumnos deberán dedicar tanto esfuerzo a la asignatura religiosa -confesional o histórica- como a las Ciencias Naturales. Si no se mira al artículo 16 de la Constitución, ni a su declarada aconfesionalidad, nada indica que la enseñanza obligatoria de religión, o de su alternativa, vaya a perjudicar a los alumnos.