Hay que tomar precauciones

LOS QUE no ven la ola de corrupción que nos invade es porque están en la cresta de ella y además nadan en la abundancia. La ética es la asignatura pendiente de nuestra política, pero hay que preguntarse: ¿por qué la nuestra iba a ser una excepción?. Un grupo de juristas y premios Nobel acaban de lanzar en París un ambicioso programa para combatir lo que ellos llaman «la gran corrupción», quizá para distinguirla de las pequeñas, contra las que es imposible luchar. Nuestro ubicuo juez Garzón ha exigido llegar hasta las últimas consecuencias en el escándalo de la Comunidad de Madrid. Hay que tener precauciones para que cosas así no deslegitimen el sistema democrático. El problema está no sólo en saber cómo se toman esas precauciones, sino quiénes las toman. Proponen los firmantes de la Declaración de París que se investigue el origen de las fortunas. Ahí es nada. Faltarían detectives y contables. San Juan Crisóstomo se murió convencido de que todo rico era un ladrón o bien un hijo de ladrón. Exageraba sin duda, pero hay que reconocerle un notable porcentaje de aciertos. Incluye el decálogo elaborado en la Universidad de la Sorbona, como medidas preventivas, obligar a las empresas a que declaren cuánto pagan a los gobiernos de los países donde operan. Más difícil todavía, como en el circo. (Aún no se ha conseguido la extradición del ex presidente peruano Fujimori, alias «El Chino», experto en meter la mano en el bolsillo de los pobres). La juez Joly, organizadora de las jornadas, cree que mucha culpa de lo que ocurre la tiene el secreto bancario. «Nos han hecho creer que equivale a un derecho humano, cuando es justamente lo contrario», ha dicho. Mientras no cambie la naturaleza humana, hay muy poco que hacer. Claro que también cabe la posibilidad de que cambien los dioses, pero de momento la única precaución que podemos tomar es proteger a la diosa Cibeles de los hinchas del Real Madrid.