EL RINCÓN
Una curiosa votación
HUBO UN tiempo en el que se decía que los americanos odiaban por igual, con una intensidad idéntica, dos cosas: la primera era a la discriminación racial y, la segunda, a los negros. No han transcurrido tantos años desde entonces. Cassius Clay, que luego se hizo llamar Mohamed Alí, cuenta en sus memorias que siendo ya campeón mundial olímpico, no le dejaron entrar en cierto restaurante. El distinguido local no admitía a gente de su raza ni a perros de cualquier raza. Mucho ha variado todo desde aquel no tan remoto entonces. El Supremo de los Estados Unidos ha respaldado lo que llaman la «discriminación positiva racial», lo que significa que las universidades podrán seguir dando preferencia a miembros de minorías étnicas, aunque en el proceso de selección hayan obtenido notas inferiores. Una cosa rara esa de la «discriminación positiva». Discriminar es separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra, pero se entiende más en su acepción de dar trato de inferioridad a una persona o a una colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos o de cualquier otra índole. Parece que fue John Kennedy, el gran presidente al que malogró un tirador no menos grande desde una azotea de Dallas, el que levantó ese término. Dio lugar a exageraciones demagógicas y se convirtió en una ventaja para negros, chicanos y supervivientes de las tribus indias. Ahora el Supremo la respalda, pero con matices, o sea, con rebajas. Lo más curioso ha sido el resultado de la votación: cinco magistrados contra cuatro. Eso confirma que las leyes, todas las leyes, dependen del punto de vista y que los veredictos siempre pueden ser otros. Creo que fue Orwell, que ahora cumple años en la muerte, el que dijo que todos los hombres son iguales, pero hay algunos que son más iguales que otros. Un tipo muy clasista, Spengler, habló de «el principio plebeyo de la igualdad». No le gustaba ni siquiera con que fuésemos semejantes. La verdad es que ni siquiera lo son los magistrados del Supremo.