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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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YA LO decía el clásico: «Las mejores cartas son las que no se escriben». Y las llamadas telefónicas, ni te cuento. Ahora te descubren hasta si has hablado con el ministro de Información de Sadam Huseín. José Esteban Verdes sólo es el novio de una concejala de Ruiz Gallardón. Pero recibió llamadas de Tamayo, y eso es como recibir llamadas del diablo. Suscita más desconfianza que Amedo en una casa de citas y con Visa del Estado. Y si, encima, tiene actividad inmobiliaria, puede ser la pista que lleve al cordón umbilical de la corrupción. Hoy, el señor Verdes es el ejemplo de la caza de brujas desatada en Madrid. Es que tuvo mala suerte. Mira que tiene días el año, y a Eduardo Tamayo se le ocurrió llamarle, y de forma insistente, justo los días en que se ventilaba algo importante: las elecciones, reuniones del PSOE o constitución de la Asamblea. Eran esos días cuando Tamayo tenía que hacerle consultas profesionales. Debe ser que al diputado le gusta acumular trabajo en las mismas fechas. Aprovechaba sus salidas a votar y a reuniones para hacer las llamadas. ¿Quién ha dicho que no hay comunicación entre el PP y el PSOE? Bueno, algunos se hablan muchísimo, infinitamente más que Aznar y Zapatero. Lo que ocurre es que no lo dicen o tienen problemas de memoria, porque después no recuerdan exactamente ni de qué, ni para qué han hablado. Pero hay corrientes de comunicación, incluso quizá lucrativas. Lo que separa la ideología en la cumbre es unido por las «cuestiones profesionales». Y los periodistas, que son unos mal pensados y maledicentes, lo lanzan al patio de vecinos de las conspiraciones. Es un ingrediente más de la novela. Lo único cierto es que el tal Tamayo tiene o tenía muchos puentes con la derecha. Ha demostrado ser un hombre muy dialogante y sin prejuicios políticos porque, en el entorno de su felonía, conversó más con gentes de puertas abiertas en el PP que con gentes de su partido. Esto no quiere decir nada. Quiere decir únicamente que a las casualidades, como a las armas, las carga el diablo. Sobre todo, en tiempos de sospecha.

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