Despedida con un gran problema

TODO DEBATE sobre el estado de la Nación es un examen del estado de la oposición. Y esta vez creo que Rodríguez Zapatero no pasó con buena nota. Tiene un discurso excesivamente negativo. Lo niega todo, incluidos los datos del empleo, y eso facilita las réplicas de un presidente que, como venimos anotando, busca la destrucción del líder socialista. Ayer Aznar quizá se pasó de agresividad. No necesita demostrar ni esa crueldad, ni ese afán de control de un partido ajeno, ni esa tentación de monopolio de las ideas políticas. Pero Zapatero -quizá porque esté metido en otras guerras absorbentes- también se pasó en el no, y eso le resta credibilidad. Pero ése es un detalle que pronto se olvidará. Lo trascendente es el clima. Y el clima es que se ha terminado la bonanza. Ayer se ha visto que ya estamos en tiempo electoral. Ayer comenzaron las tomas de posición ante las elecciones generales. El propio José María Aznar invocó esas urnas en varios momentos. Quiere decirse que se ha terminado el tiempo de los pactos, y todo lo que se diga en España tiene ya una finalidad: ganar votos. Y eso condiciona la sinceridad del debate. José María Aznar lo sufrió. Es su último debate, y quizá deseaba una despedida dulce; una despedida que le reconociera lo bien que ha ido España durante estos siete años. Pero la oposición es tozuda y se negó a seguir el guión mañanero del presidente, que quiso hacer un balance de sus dos mandatos, y no del último año. Y, para continuar, no se sintió solidaria con los resultados de gestión. Al revés: fiel a la mejor tradición opositora, negó todo lo que de triunfal había tenido el balance del presidente. Y algo peor. Si se había entrado al debate con bastantes problemas sobre la piel del país, se salió con uno más: con el anuncio formal, en sede parlamentaria, de que Cataluña quiere un nuevo Estatuto de Autonomía; un Estatuto que contempla, por ejemplo, el estatus de nación asociada. Es decir, el fantasma de Juan José Ibarretxe trasplantado a Barcelona. José María Aznar gestionó muy bien la economía, pero se marcha con el mayor problema territorial generado en nuestra joven democracia.