EL RINCÓN
Discursos
HAY QUE preparar con tiempo y con cuidado los debates sobre el estado de la nación con la finalidad de que los discursos, y sobre todo quienes los asestan, queden en mejor estado que la nación propiamente dicha. Tanto los innumerables colaboradores de José María Aznar como los muy numerosos de José Luis Rodríguez Zapatero, llevan muchos días de intenso trabajo en busca de datos y argumentos. El resultado es siempre una prosa híbrida en la que ha puesto su pecadora sintaxis mucha gente. La necesidad de los llamados negros es clara y debe considerarse ciertamente reprobable. Si los políticos hubieran tenido que escribir previamente todo lo que han leído tendrían una gran cultura, pero no tendrían tiempo para gobernar o para aspirar a hacerlo algún día. El problema es que de esas meriendas de negros no suelen surgir ideas innovadoras, ya que si quienes escriben para otros las tuvieran se apresurarían a firmarlas. De ahí la monotonía de estos debates, sólo animados por las réplicas y contrarréplicas que se intercambian, aunque también adolezcan de falta de ingenio. Por eso es mucho más frecuente el insulto que la ironía. Qué le vamos a hacer, no todo el mundo es Churchill. Lo malo son las agobiantes repeticiones. Una y otra vez dicen lo mismo y dejan de hacer las mismas cosas. -¿Usted cree que gustará mi discurso? -Hombre, ha gustado siempre. También los best-seller suelen fabricarse entre varios. Se necesitan especialistas. Alguien que domina el diálogo, un experto en graduar la intriga, otro que sepa incrustar un toque de suave erotismo... ¿Cómo asombrarse de que en las largas parrafadas del Debate intervengan economistas, críticos inmisericordes y satíricos a sueldo? Cuando una intervención resulta brillante, los señores diputados deberían ponerse en pie y gritar: ¡Que salgan los autores! El que habla no es que lo haga por boca de ganso, ya que las directrices son suyas, es que no tiene otra posibilidad. Ni siquiera en su partido se dan los rubenianos cisnes unánimes.