EL RINCÓN
Un hombre llamado Cavallo
UN TORTURADOR vocacional deshonra desde hace dos días la cárcel de un pueblo madrileño. Ricardo Miguel Cavallo, de 52 años, ex capitán de corbeta, creyó que la mejor manera de salvar a su patria era disminuir el número de sus compatriotas, pero además le gustaba esa tarea. Para martirizar minuciosamente a un prisionero antes de asesinarlo no sirve cualquiera. Es necesario ser un sádico terminal. No un enfermo,sino un sádico, o sea, un orfebre de la crueldad. El ex militar Cavallo está ahora en calzoncillos. Ya no dirige la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, donde fueron asesinadas unas 5.000 personas durante la abyecta dictadura que afligió a mi bien amada Argentina, una de las naciones más armoniosas y gratas del mundo. Un país potencialmente riquísimo, sumido ahora en la miseria. No hay tribu humana que pueda resistir tantos asesinatos, tantas desapariciones, ni tantos ladrones. Uno de los monstruos que hicieron posible el desastre está ahora en la prisión de Soto del Real, extraditado desde Méjico. El juez Baltasar Garzón, que es como el Guerrero del Antifaz, pero con más mérito porque trabaja a cara descubierta, ha conseguido que el genocida sea juzgado. Estamos ante un paso decisivo en la globalización de la Justicia, mucho más desinteresado que la otra, que a veces puede encubrir al ecuménico truco del más despiadado capitalismo. ¿Qué es eso de que un genocida pueda burlar a los tribunales sólo yéndose a vivir a otro lugar del planeta? Quizá falten aún siglos para llegar a un gobierno mundial, pero esta universalización de la justicia supone un avance admirable. Tiene suerte el monstruo de que en España, por fortuna, se haya abolido la pena de muerte que él aplicó con prodigalidad. Hay casos en los que, en contra de nuestros principios más firmes, podemos sentir añoranza de ella. Menos mal que desechamos rápidamente ese estado de ánimo. Eso de matar hay que dejárselo en exclusiva a los señores asesinos.