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Publicado por
JOSÉ A. BALBOA
León

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AL MARGEN del resultado del debate sobre el estado de la nación, su principal característica fue la crispación de la mayor parte de los contendientes, sobre todo de LLamazares y Anasagasti, ambos desaforados en sus intervenciones. Por su significado, fue especialmente agrio el combate dialéctico entre Aznar y Zapatero, sin la menor concesión en ambos y a cara de perro. La imagen que estos dos políticos proyectan de España está poco ajustada a la realidad, sobre todo en el caso de Zapatero. Es lógico que el presidente del gobierno sea complaciente con su política, sobre todo con la económica porque España va bien; pero lo que pocos españoles pueden entender son los trazos negros que sobre el país pinta Zapatero. Son trazos gruesos, sin matices, en los que no pinta ningún aspecto positivo que reseñar. Esta pintura es a penas ininteligible; muy pocos se sienten representados en esa visión hosca y falsa del líder de la oposición. Con un análisis tan burdo de la realidad no es extraño la falta de alternativas creibles. En España hay problemas, y alguno muy dramático y a corto plazo, como el que diseñael plan de Ibarreche, ahora seguido por los nacionalistas catalanes; pero a este problema que busca desintegrar el país, no hizo Zapatero la menor referencia; carece de importancia para él, pues no quiere líos con Maragall, Elorza y cía. Habló de problemas que, aún siendo importantes, a la mayoría ya no les dice gran cosa, como la guerra de Irak y el Prestige . En todo caso ya fueron amortizados o solventados en las pasadas elecciones. El PSOE, lo dice Bono, no puede buscar en ese caladero sus votos. La crispación tiene origen diferente. No está en la política nacional, en la que hay un conseso ciudadano bastante alto, sino en las luchas fratricidas en el interior de los partidos. Zapatero está viendo como los problemas del PSOE, gravísimos en el caso de la comunidad de Madrid, se proyectan sobre su liderazgo, cada vez más discutido. Aznar dió en la diana al decir que él no volvería a ser candidato pero que temía mucho que lo fuera el leonés. En su partido algunos afilan las navajas. La crispación no nace de la política pusilánime de Zapatero, sino de todos aquéllos que en el PSOE no soportan más tiempo la travesía del desierto, que supone estar lejos de los cargos institucionales. Este tiempo se asemeja mucho a lo que pasó en las dos últimas legislaturas de Felipe González. Es verdad que entonces el deterioro del país, por la corrupción y los GAL, era mucho mayor; pero la crispación nacía de un PP que tampoco se resignaba a más legislaturas sin tocar poder. El poder no es algo abstracto, sino una realidad muy concreta, muy tangible; no tiene que ver con la ideología, que solo sirve de mistificación o tapadera, sino con los cargos que dan prebendas y dinero. En muchos casos se quieren los puestos no para mejorar la situación de los ciudadanos, aunque esto se dé por añadidura, sino para mejorar la situación propia viviendo de la política. Esta se entiende no como servicio sino como profesión. Por eso hay tantos enfrentamientos no ya con los partidos rivales, sino con los mismos compañeros convertidos en enemigos porque compiten por el puesto que uno desea. Véase las luchas, nada sordas por ciertos sino bien ruidosas, del PP en el nombramiento de los diputados provinciales, o en el PSOE para la presidencia del Consejo Comarcal del Bierzo. La razón última es que se trata de puestos atractivos y jugosos. Estos días los distintos gobiernos municipales, da igual el partido, acuerdan los concejales liberados o con dedicación exclusiva. La mayoría se ponen sueldos que están por encima de la mayoría de los ciudadanos y de lo que ellos mismos ganan en su trabajos o profesiones. Uno puede entender la existencia de alguna dedicación exclusiva, por ejemplo la del alcalde, en los grandes ayuntamientos; pero resulta que otros que no llegan a cinco mil habitantes, tienen hasta tres. Eso es vivir de la política y lo demás monsergas.