Cerrar

Creado:

Actualizado:

UNA DE LAS OFENSIVAS que prepara Aznar para los tiempos más inmediatos consiste en recibir a todos los presidentes autonómicos, que llevan, en su inmensa mayoría, largo tiempo sin pisar el suelo marmóreo de La Moncloa. Por allí desfilarán gentes tan poco queridas por Aznar como Manuel Chaves, Marcelino Iglesias, Álvarez Areces, Rodríguez Ibarra o el triunfante José Bono. Y Jordi Pujol, que últimamente habla pestes -aunque sea en privado, o en semiprivado- del presidente del Gobierno. Sí, recibirá Aznar, te dicen en Moncloa, hasta al peculiar presidente cántabro, Revilla, que de aliado con el Partido Popular pasó a pactar con el PSOE, dejando a los populares sin la presidencia de la comunidad autónoma. Entonces, ¿va a recibir a todos, todos?, inquiere el periodista. Bueno, a todos no. Existe una excepción. El lector habrá percibido ya que el excluido, si el sentido común no lo remedia, no es otro que el lehendakari vasco, Juan José Ibarretxe. A quien, aislándolo del trato que se da a sus colegas presidentes de comunidades, se le va a conceder otra baza, un plus de victimismo. José María Aznar permite que sus sentimientos personales primen sobre el interés político, y perpetúa el error de emplear con el PNV exclusivamente la táctica del hostigamiento. Nada de palo y zanahoria: solamente palo. Un proceder que no está dando excesivamente buenos resultados hasta ahora, y que está haciendo que se multipliquen los conflictos institucionales, véase lo ocurrido con el Parlamento vasco y la disolución del grupo de los ex batasunos. También está ahondando una brecha que será muy difícil de llenar: quienes han estudiado a fondo el último euskobarómetro, realmente muy complicado de entender en sus resultados aparentemente contradictorios y posiblemente maquillado, indican que la radical dualidad, la profunda división, que vive la sociedad vasca queda meridianamente patente en esta encuesta. Tradicionalmente, los conflictos políticos que provocan los titulares de prensa en verano suelen venir del País Vasco y aledaños: incidentes en las fiestas de Vitoria, Bilbao y San Sebastián, fricciones en los sanfermines que ya se viven con intensidad: el afán de vasquizar la fiesta navarra por antonomasia siempre acaba desluciendo algo las jornadas de júbilo. Y, ahora, para colmo, nos encontramos con la concesión hecha por el Tour a Batasuna, convocando la jornada del euskera y provocando nada menos que un incidente diplomático entre España y Francia. Hasta hay quienes, llevados de un extremista sentido de la vida, exigen que un prestigioso equipo español se retire, por estar aliado con una potente empresa radicada en Mondragón (y extendida por toda España), a la que le ha caído encima el sambenito de ser una entidad batasunera. Todos estos conflictos, que salpican las conciencias de la ciudadanía, han de ser más acicate que freno para el diálogo, en opinión de no pocos, entre los que se incluyen, a título privado, varios importantes dirigentes del Partido Popular y miembros del Gobierno. Lo que ocurre es que, hasta ahora, la palabra diálogo no ha sido un término excesivamente empleado en La Moncloa, y menos aún cuando se refiere a tratar con los dirigentes del nacionalismo vasco, entre los que, por cierto, dentro de seis meses ya no figurará el irreductible, tozudo, Xabier Arzalluz. Pienso, sí, que un encuentro en La Moncloa entre José María Aznar, triunfante en el comienzo de su retirada, e Ibarretxe, que tiene muchas bazas que jugar en el futuro del PNV, sería altamente recomendable. Pero ni José María Aznar ni sus inmediatos asesores en la cuestión vasca, entre los que destaca Jaime Mayor Oreja (un hombre admirable por tantos conceptos, pero que tropieza siempre en su ciega oposición a cualquier contacto con el nacionalismo), parecen estar, hoy por hoy, por la labor. Una verdadera lástima.

Cargando contenidos...