Dos varas de medir los derechos

EL 11 DE SEPTIEMBRE concertó una asociación mundial contra el terrorismo sin reglas de juego definidas. Todos contra Al Queda, ETA y cualquier terrorista en el mundo. Había que defender la democracia. Pero el resultado que está a la vista consiste en una guerra encubierta y permanente en Irak, la constatación de Afganistán como un país desarticulado, que permanece en estado de ocupación, en manos de los señores de la guerra, y los grupos terroristas que vuelan una mezquita en Paquistán o atacan un concierto de rock en Moscú, sin que eso parezca ser fundamental. Ese caldo de cultivo de nuevos fanatismos es, además, la negación misma de la razón que se esgrime de querer defender los valores de la democracia. Primera pregunta: ¿valen igual estos valores en todas partes y para todo el mundo? La respuesta es no. Si las ejecuciones son en Texas o en Pekín, se mira para otro lado; si se producen en La Habana, se decretan sanciones. Si las vulneraciones de derechos humanos básicos se producen en Boston o en Guantánamo, son «pequeños errores de la democracia más consolidada». En Bagdad, los prisioneros y sus derechos son secuelas de una guerra. Claro, de una guerra que nadie ha declarado y que no tiene respaldo de un organismo internacional que siquiera le de una apariencia de legalidad. Los valores no tienen esencia; son pura subjetividad. Lo mismo que los telediarios pueden seguir minuto a minuto la convalecencia de dos siamesas en Manhattan, mientras dan la cifra de niños muertos por desnutrición en Libera como mero dato estadístico, que no tiene nombre, rostro o apellido, sólo porque no ocupa un lugar en el hemisferio donde los derechos son imprescindibles. Esta doble vara de medir el mundo, que permite a Israel realizar asesinatos selectivos mientras los palestinos practican el terrorismo, terminará por estallar en la inhabilitación de los países que quieren imponer sus códigos. Sólo se puede predicar con el ejemplo, y en todas partes por igual.