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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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SI HAY, que los hay, nacionalismos enfermizos y, a veces, perniciosos, el de Jordi Pujol, en cambio, podría catalogarse como un bien del Estado. Acaba de hacer balance Pujol de sus últimos meses al frente de la Generalitat, extendiendo su mirada a la legislatura que finaliza a la vuelta del verano, y se ha mostrado en parte satisfecho y, en parte, defraudado, pues una de sus aspiraciones, tal vez la mayor, habría sido la de haber elevado el techo competencial del Gobierno de Cataluña. Según Pujol, la mayoría absoluta del PP lo ha impedido. En contraste positivo con otros nacionalistas, que no fijan límites a sus reivindicaciones, Pujol sostiene que un nuevo Estatuto, si elevase a un nivel aceptable el autogobierno de su nacionalidad, evitaría que el poder de Cataluña en el Estado siguiese dependiendo de la fuerzas en cada momento de los nacionalismos catalanes. Al amparo del nuevo Estatuto, la negociación con el Estado correspondería a la Generalitat, cualquiera que fuese el color de su Gobierno, y no, como hasta hora, al nacionalismo. Pujol diseña el futuro político desde el presente, y desde el presente no deja de mirar al pasado, por lo que gusta de citar a Cambó, a la Lliga, a Companys, a la Ley de Mancomunidades y hasta a sí mismo. Como ministro de Fomento, Cambó, arropado por la Lliga y el catalanismo conservador, no consiguió ni en dus momentos estelares, 1918 y 1921, ninguna contrapartida autonomista ni siquiera descentralizadora para Cataluña, pero dejó bien sentado que siempre había trabajado, además de por los intereses catalanes, por «una política de progreso general español». También recuerda Pujol cómo durante la II República, años difíciles, el presidente Macià pidió a Companuy que renunciase a la presidencia del parlamento catalán para hacerse cargo de un ministerio en Madrid, dada la gravedad de una de las muchas crisis de los gobiernos republicanos. ¿Que ministerio?, preguntó Companys. Sería tan laborioso como sencillo enumerar los servicios de CiU, y de Pujol, a la gobernación del Estado durante la actual democracia. Y sin el menor afán de ironía podría recordarse el semblante de ministro nonnato de Industria que se le puso a Roca i Junyent en tiempos de Felipe González. Como pretendía Cambó, Pujol ha intentado disipar cualquier sospecha de Madrid sobre el catalanismo o nacionalismo catalán. Pujol ha combatido a favor de Cataluña, pero sin traspasar nunca un límite, el límite de que «el Estado no cruja».

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