Ya lo sabremos algún día

NO TODOS los españoles sienten una curiosidad inaplazable por saber quién será el sucesor de Aznar. Muchos podemos conciliar el sueño y la vigilia sin conocer el nombre del elegido. Ignorar quién será el delfín, sabiendo que en la alta mar de la política el pez grande se come al chico, no nos desasosiega. Más nos inquieta que un partido político se asemeje a una monarquía caprichosamente hereditaria donde el eventual rey pueda escoger su relevo. El caso es que Aznar ha prohibido, con los modales abruptos que le caracterizan, que el PP abra el debate de la sucesión. En primer lugar, el debate lo abrió él, y en segundo no es fácil prohibir que se hagan cábalas, conjeturas y quinielas. Si la gente de su partido las hace es porque le da la gana y por la cuenta que le tiene. Todos desean saber cuanto antes a qué buen árbol se arriman y a quién tienen que prometerle su quebrantable fidelidad. Ya lo sabremos todos, incluso aquellos a quienes nos la trae floja la tensa sucesión. Hay que tener paciencia, ya que la paciencia, en el caso de que no sea la única virtud que existe, es un componente de todas las demás. Claro que quien espera, desespera, sobre todo si está esperando un cargo. No nos turba el reemplazo a quienes podemos decir, como aquel humorista norteamericano que firmaba con el pseudónimo de Artemus Ward, «Yo no soy político y además el resto de mis costumbres son honradas». No sabemos si Aznar elegirá su sucesor a dedo o preferirá reservarlo para metérselo en un ojo a varios candidatos. Tampoco sabemos si el cura Castillejo, al que la Junta de Andalucía ha dado un mes de plazo para que elija entre su tarea de canónigo de la catedral de Córdoba o su labor de pontífice de Caja Sur, por cuál de las dos cosas se decidirá. Le hemos visto en las fotografías de su homenaje, al que asistieron 6.000 adictos bursátiles. Celebraba sus bodas de oro con el sacerdocio, pero no va a darle tiempo a celebrar sus bodas de oro con el oro.