Diario de León

EL RINCÓN

La fatiga de los metales

Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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MUCHOS españoles puede que estén quejosos de su sueldo, pero pocos de su trabajo y menos aún de su asueto. Somos el quinto país de la Unión Europea donde más jornadas de descanso se disfrutan al año. Un total de 36, entre días festivos y vacaciones de empresa, sin contar alguna víspera que otra y las indisposiciones de los lunes, que es el día más antipático de la semana y al que con más frecuencia eligen los suicidas. ¿No es para sentirse orgullosos que sólo cuatro naciones nos aventajen en eso de descansar? Además, ocupamos el puesto 19 en esa otra lista de los países más desarrollados, a pesar de ser los plusmarquistas del paro europeo. ¿A ver si va a ser verdad eso de que lo más curioso de los milagros es que ocurren? El milagro alemán, cuando la postguerra, no fue demasiado meritorio: se produjo a fuerza de trabajar. Así cualquiera. Lo admirable es levantar una maleta sin hacer fuerzas. Lo otro está al alcance de todo el mundo. Quizá el descanso del trabajo forma parte del trabajo, a condición de no acostumbrarse a él. Si uno se habitúa advierte que el cuerpo humano no está diseñado para hacer grandes esfuerzos, sobre todo si son continuados: la prueba es que suda. El sudor viene a ser como una lágrima generalizada, un llanto total del organismo. Aunque un poeta lo viera como «una blusa silenciosa y dorada», el hecho de sudar, incluso cuando se suda tinta, constituye una queja de nuestro cuerpo. Si hasta los metales se fatigan, ¿cómo no va a pasarnos a nosotros, que estamos construidos de un material mucho más sensible y mucho menos duradero? Uno, que se ha definido alguna vez como un trabajador fatigable, siente una dolorosa envidia hacia ese innumerable sector de compatriotas en cuyas tumbas puede figurar un epitafio que diga: «Sigue descansando». Esa envidia se hace especialmente insoportable cuando vemos a nuestro alrededor a personas que se ganan el pan con el sudor del de enfrente. «Para descansar, morir», dijo don Manuel Machado, pero quizá sea mejor no esperar ese luctuoso acontecimiento.

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