Diario de León

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EN RELACIÓN con la crisis que tiene emponzoñada la vida política de la Comunidad de Madrid uno no sabe que es peor si las farisáicas proclamas de duelo de algunos jerarcas del PP o los patéticos circunloquios de una dirección socialista incapaz de asumir las responsabilidades políticas que se derivan del fiasco. Los madrileños no se merecen lo que les esta pasando: tanta media verdad, tantos juegos de impostura. El resto de los españoles tienen ya los gobiernos autonómicos que han votado y pueden irse de vacaciones sabiendo que en el plano institucional, alguien se encarga todos los días de encender y apagar la luz. En Madrid, no. En Madrid, todo está cuestionado. Incluso la presidencia en funciones de la Comunidad, tarea que Alberto Ruiz Gallardón compagina con la alcaldía de la capital. En este desagradable episodio todo inclina a la duda. Incluso la pasividad de las instancias judiciales ante un caso en el que la palabra «corrupción» va de boca en boca. A estas alturas de la película todos los ciudadanos sospechamos que en el origen de la espantá de los diputados socialistas Tamayo y Díaz hay mucha trastienda, lo que ignoramos es si hubo o no trasiego de caudales o favor de otra naturaleza -como se desprende de la acusación que plantea la dirección del PSOE-. Ya digo que a todos nos parece sospechoso, menos al Fiscal General. Circunstancia que en si misma, da pie a nuevas sospechas. Es difícil encontrar un caso parecido de alianza entre lo trágico y lo grotesco. Porque trágico es que en un sistema democrático pueda ser birlado un resultado electoral mediante maquinaciones externas a las urnas y grotesco resulta ver a un país pendiente de la bulimia telefónica de media docena de personajes tan confusos como los protagonistas de este retablo de listos y listillos que acampan en los aledaños de la Comunidad de Madrid. Desde luego, toda la imagen de modernidad, eficiencia y éxito con la que el Madrid oficial sacaba pecho en los foros nacionales e internacionales, está rodando por los suelos. Tardaremos años en olvidar el bochorno sufrido el 10 de junio y muchos más en restaurar la confianza en unos políticos -amateurs unos, aprovechados otros- que fueron incapaces aquel mismo día de dar una respuesta política a la crisis planteada por dos individuos oscuros de conducta política confusa. A la vista del espectáculo que unos y otros nos han ofrecido, sugiero la jubilación de aquel viejo dicho que proclamaba que Madrid era la antesala del cielo. Está claro que ha vuelto al suelo. Y no lo escribo pensando sólo en los promotores y constructores que también tienen reservada habitación en la trama. Lo digo porque a todos -Aznar, Zapatero, Blanco, Gallardón, Simancas- les ha faltado altura. Hechuras de estadista. Churchill no habría aceptado la presidencia de la Asamblea de Madrid aprovechándose de la ausencia de dos diputados de otro partido; Clemenceau habría disuelto la FSM. Claro que uno y otro eran dos patriotas -no de boquilla-, dos estadistas expeditivos a la hora de defender la honorabilidad de las instituciones por encima del interés partidista.

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