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Publicado por
JAVIER MONJAS
León

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ES FAMA que los habitantes de Koenigsberg ponían en hora sus relojes fijándose en los rutinarios horarios de los paseos de Kant. A mí me pasa lo mismo, aunque en vez de Kant, quien pasa por mi casa es uno de los mayores cerdos que vieron los siglos. A las seis en punto de la mañana, el tipo pasa por la acera de enfrente y me anuncia el inicio de mi jornada laboral con un sostenido repertorio de burbujeantes y sonoros gargajeos que, rotundo, concluye con contudentes pollos arrojados a la pobre vía pública. He comenzado a estudiar su comportamiento. Porque yo me dedico a estas cosas. Mi última investigación trataba de dilucidar el porqué de que muchos españoles se amasen la entrepierna por la calle como si estuvieran preparando masa para croissantes. Las conclusiones no tardaron en llegar. De la misma forma que las religiones orientales afirman que tenemos un tercer ojo en medio de la frente, hay tipos que tienen una tercera pierna en medio de las otras dos, los muy animales, y que tal desmesurado crecimiento debía tener que ver con el constante masaje de los vasos sanguíneos de quienes andaban amasándose la bragueta y alrededores. Mi hipótesis, sin embargo, se ha venido abajo desde que he observado que las chicas jóvenes han comenzado a realizar las mismas prácticas, generalmente mientras dicen «tía» unas treinta veces por minuto. Ignoro qué se podrán amasar estas señoritas y si tiene relación con su reducidísimo vocabulario. Quizás, tanto en el caso de ellos como en el de ellas, tal fenómeno se deba a que se recolocan a su través algún órgano interno, probablemente el píloro, mediante hábiles carambolas cinéticas de órganos internos.