Diario de León

EN EL FILO

Guerrillas de sucesión

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FEDERICO ABASCAL
León

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SI NO FUERA porque Manuel Cobo, «vicealcalde» de Madrid, reconoce que alguien del PP querría dar en su trasero una patada a Ruiz-Gallardón, dado el nerviosismo que generan estas vísperas sucesorias, difícilmente podría hablarse de batallas en el delfinario «popular», donde hasta el pasado 25-M todo era placidez y buen entendimiento entre los herederos presuntos. Rajoy, Mayor Oreja y Rato venían almorzando periódicamente con Javier Arenas, en una prueba de sumisión a la disciplina de partido. Sólo Rato, de vez en cuando, levantaba el dedo para sugerir que él se sentía emocionalmente delfín. La victoria clara de Ruiz-Gallardón en las elecciones madrileñas, desarbolando las esperanzas municipales del PSOE, convirtió al flamante alcalde de la capital en un nuevo candidato a la presidencia del Gobierno, y él mismo se cuidó mucho de no rechazar esa situación sobrevenida, aunque supeditándola obviamente a sus compromisos adquiridos. Las zancadillas que se le estarían poniendo desde hace dos semanas a las aspiraciones hereditarias de Ruiz-Gallardón, arremetiendo directamente contra él o contra su segundo de a bordo, están levantando una polvareda en el silencio sucesorio que Aznar ha decretado. ¿Destroza el alcalde de Madrid el esquema de la sucesión diseñado en La Moncloa o inquieta a sus competidores?. Sólo estallan las guerras de sucesión cuando las partes no logran sellar un compromiso, generalmente de reparto del botín, y llevando ese ejemplo desproporcionado al la política interna de un partido, donde no corre la sangre por mucho que se afilen los cuchillos, se llegaría a la conclusión de que en el PP habían llegado los delfines más caracterizados, Mayor, Rato y Rajoy, a una serie de entendimientos tácitos por los que el agraciado respetaría las zonas de influencias en el partido de los desafortunados, a los que trataría en todo momento con deferencia y cargos. En esa red de entendimientos que pacifica los ánimos mientras se espera a la puesta en marcha de las previsiones sucesorias, no estaba lógicamente la firma simbólica de Ruiz-Gallardón, un delfín izado tardíamente por sus propias circunstancias. Como las hostilidades no son asaltos de florete entre los delfines sino ardides de sectores del partido más ocultos, el resto de aspirantes a la sucesión también ha recibido su rociada de arañados. Mayor Oreja se vería marginado por su dedicación «full time» a la política vasca, lo que, según portavoces más o menos directos de sus competidores, le dificultaría la comprensión de los problemas levantinos.

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