ARREBATOS
El mural censurado
HA LLOVIDO mucho desde que la acampada del Paseo de la Castellana levantó la voz en todo el país exigiendo que las instituciones públicas dedicaran el 0,7% de su presupuesto para ayuda al desarrollo de los países empobrecidos. Ha llovido, helado y calentado a gusto y gana. De aquellos tiempos son dos de los murales del artista lacianiego Manuel Sierra que cuelgan en paredes de la ciudad: uno se encuentra en la plaza de Santa Ana y el otro en una tapia de la calle Ramón y Cajal. Están deslabazados y desteñidos, desgastados por el tiempo y las tempestades de interior, por este sol que castiga, por la lluvia que, cuando cae, no cesa y, sobre todo, por el olvido. El 0,7% se pasó de moda. Las plataformas se transformaron en coordinadoras para vigilar el reparto de los escasos fondos que las administraciones locales y autonómicas dedican a los proyectos de desarrollo y, si acaso, para alentar alguna campaña de sensibilización. El pensamiento único llegó, se instaló y venció. El pensamiento crítico quedó arrinconado, acoquinado, menguado... censurado. Los murales de Sierra se caen a trozos sin que nadie clame, aunque sólo sea por higiene ciudadana, por su restauración. En San Andrés no tuvo tiempo de deteriorarse el que pintó el año pasado con motivo de un curso de derechos humanos organizado por la Universidad. La comunidad de vecinos decidió taparlo sin clemencia. El mural pagó con su desaparición un error de la organización que no pidió permiso a la comunidad de propietarios. Hace pocos días, la Universidad de León suspendió un curso de muralismo de combate que Manuel Sierra iba a impartir en Villablino. La medida es sorprendente porque viene de una institución académica que ha demostrado bien poca capacidad para resolver los conflictos con negociación en lugar de con el clásico ordeno y mando. Sierra no se doblegó e hizo su obra, consciente de que el pensamiento único quiere colores pastel, gente tibia y una sociedad anodina, que pase el sábado en el Corte Inglés.