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LA GENTE se va de vacaciones y los políticos, salvo los de Madrid, que se quedan vigilándose de reojo uno a otros, también. Se van sin que quede detrás la certeza de que han estado trabajando con ahínco intentando resolver los problemas que más preocupan a la gente. Hablo de problemas reales: el precio de la vivienda (abusivo,disparado y disparatado); el empleo (insuficiente y cada vez más precario); la seguridad ciudadana (la estadística de delitos de sangre produce escalofríos); la igualdad de oportunidades (por el mismo trabajo las mujeres cobran menos salario que los hombres); la lentitud de la Administración de Justicia (hay causas que son juzgadas con siete, ocho y hasta diez o más años de retraso); las intolerables listas de espera en la sanidad pública (funcionan las urgencias pero los males 'que no matan', con sus aparejados dolores, tienen cita con hasta seis, siete o doce meses de retraso); la educación en la escuela pública (faltos los centros de recursos y los maestros de incentivos); los autónomos, todavía preteridos (pagan impuestos como el que más pero están a la cola en cuanto a prestaciones sociales); los colectivos de discapacitados (que sólo encuentran trabajo en muy contadas empresas); los abusos de las empresas de contratación temporal (que llevan la intermediación a límites próximo a la explotación); o la televisión pública (perdida para la ecuanimidad informativa y en camino de no poder contar con ella para contribuir a educar en valores). De todos estos problemas apenas se han ocupado el Gobierno y el Congreso durante este curso parlamentario. La disputa partidista y las trifulcas de banderizos se llevan las aperturas de los telediarios y los grandes titulares de los periódicos. Que en un solo año el precio de la vivienda haya subido más de un 15 por ciento -con el impacto que semejante barbaridad tiene en la economía de las familias- apenas ha ocupado a nuestros gobernantes. Nuestros gobernantes viven en otro país