EN BLANCO
Cadáveres a la puerta
EN MONROVIA, los desesperados apilan sus muertos sobre la acera, lo que allí haya, de la embajada americana para, con el argumento, invocar la intervención del Tarzán blanco en una lucha de negros de la que, una vez más, no entendemos nada. En África llevan demasiado tiempo guerreando para que nos preocupemos ahora. Señores de la guerra, niños soldado, hambruna africana, fieras, mercenarios, desiertos, películas de safari, diamantes de las minas del Rey Salomón, selvas sin cortafuegos y poblachones sin asfaltar en el vecino fin del mundo. Ni los americanos poderosos ni nosotros, seres de tercera división, en la gestión universal, cometeremos la tontería de intervenir en serio en Liberia sin hilo argumental. ¿Qué razón se tragarían los electores para exponer a la fiebre a sus soldados? Ni el más disparatado Llamazares solicitaría a Aznar que cogiese un avión a Las Azores para desde allí impulsar una guerra contra el subdesarrollo, la injusticia y la pobreza aunque se opusiesen las Naciones Unidas. Lo de los africanos es un asunto tan interno como lo del PSOE de Simancas. Que se lo arreglen ellos mismos. Si, por lo menos, pudieran presentar un enemigo, si los avalara algún misil o algún pozo de petróleo, podríamos enviarles inspectores o montar una expedición. Hasta entonces, nos contentaremos con que se queden en su casa. Por supuesto, les mandaremos unos paquetes con alimentos de emergencia y unas mantas. Un cadáver blanco, como el de David Kelly, el asesor de Blair o el topo de la BBC, que se acaba de desangrar bajo la lluvia previsible de la insulsa Inglaterra, tiene más importancia dramática que docenas de muertos tostados sin carnet de identidad ni posibilidad de medrar, sin ganas de hacer declaraciones, sin suficiente peso argumental para figurar en nuestros bestsellers de fe, esperanza y caridad.