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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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EL DELATOR del escondrijo de Uday y Qusay, los dos dignos descendientes de Sadam Husein, va a tener que gastar parte del dinero de la recompensa en esconderse. Sus compatriotas le buscarán por mares y continentes, con ayuda de perros y palomas. Es posible que pongan el mismo interés en localizarle que el que tienen los americanos en hallar a Bin Laden, pero él tiene la ventaja de que nadie, salvo los que le incitaron a la delación, conoce su nombre. Lo único que se sabe del chivato es que ha cobrado los 30 millones de dólares prometidos. ¿Quién será el membrillo? Hay un sospechoso, con nombre de centrocampista: un jefe de tribu llamado Zaidane, pero no es el único. La casa donde chamuscaron a los tiernos hijos del tirano era de su propiedad. Hay muertes más lamentables que las de Uday y Qusay, pero los delatores producen siempre una náusea especial, mucho más enérgica que la que originan los canallas de otra índole. Los dos hermanos empezaron a matar muy pronto. Los niños lo que ven. Uday lo hacía por entretenerse, pero no pudo nunca ocultar su vocación de torturador y cuando su papá le nombró presidente del Comité Olímpico Iraquí, si los jugadores de su equipo perdían un partido, ordenaba que les pelasen al cero y que les golpearan en las plantas de los pies. Qusay, en cambio, utilizaba procedimientos más técnicos y se especializó en gasear kurdos. Poco a poco y gracias a sus méritos, fue desplazando al primogénito hasta convertirse en el favorito de su augusto padre. A los dos herederos petrolíferos se les ha identificado ahora por la dentadura. «Es un gran día para el nuevo Irak», ha dicho Blair, mientras Bush prometía destruir los últimos reductos del régimen y Aznar no decía nada. Lo que ahora duda el Pentágono es si será o no oportuno mostrar las fotos de los hermanos más conocidos del país, que ahora son irreconocibles. La venganza de Sadam sería terrorífica, si pudiera vengarse.

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