Diario de León
Publicado por
MANU LEGUINECHE
León

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EL PROTAGONISTA: un científico de vida reservada, bebedor de agua mineral, que de vez en cuando se subía a un caballo, discreto y tímido humanista, que cultivaba su jardín, como pedía Confucio que debían hacer los sabios. Tan discreto que ni siquiera su mujer sabía muy bien lo que hacía, a qué venían tantos viajes al extranjero, incluido Irak. David Kelly, funcionario del Ministerio de Defensa era la primera autoridad en materia de armas de destrucción masiva en Irak. El primer problema es que su jefe supremo, Anthony Blair, no le hizo ningún caso cuando desmintió que Sadam Husein fuera capaz de desencadenar un ataque con ese tipo de armas en el espacio de cuarenta y cinco minutos. Pero Tony Blair quería y creía en esa guerra en sintonía completa con Washington. La «mistery-story» a la inglesa, en la línea de un Forsyth: David Kelly se suicida en el bosquecillo cercano a su casa .Ha sido la víctima de las maquinaciones del gobierno, de las presiones de la comisión de Exteriores de la cámara de los Comunes que le sometió a un tercer grado estilo MacCarthy, el cazador de brujas norteamericano y del celo, esta vez quizás un tanto excesivo de la BBC. El caso es que Kelly está muerto, el juez investiga y el escándalo está servido. ¿Se recuperará Tony Blair de ésta? Todos han salido perdiendo, incluida la BBC que de haber aceptado la tregua que le ofreció el gobierno hubiera salvado la vida de Kelly. Cuando en 1997 asistimos en Londres al triunfo del laborista Blair, de imagen kennedyana, un Kennedy posmoderno, nos llamó la atención lo mucho que esa victoria estimuló su confianza en sí mismo. Porque Tony Blair cree mucho en sí mismo, se cree poco menos que infalible. Por eso le cuesta dar su brazo a torcer. Se embarcó en la guerra contra Irak, contra la oposición en su propio partido, contra el escepticismo de la opinión pública. Mantendrá sus ideas y opciones por encima de todo: se niega a reconocer que se ha equivocado. Esta cerrazón le hace mucho daño. Su imagen cae en las encuestas y se niega a reconocer lo que todos saben, que las famosas armas de destrucción masiva, de «desaparición masiva» las llama el «Time», o no existen o no aparecen en la superficie. Y Blair erre que erre. Hizo mal en no reconocer que se había equivocado -hasta Bush lo ha hecho con lo del Nigergate- que su deseo de ir a la guerra prevaleció sobre los datos en presencia, que su decisión se basó en informes falsos. A raíz de ese momento se desató la pelea entre el jefe de comunicación del gobierno Alastair Campbell y la BBC, la radio y televisión públicas. Es encomiable el afán de independencia de la Bristih Broadcasting Corporation. De sus informaciones, en las que nunca faltaron los reconocimientos de error. nos hemos beneficiado todos, pero cabe en puridad preguntarse si su periodista Gilligan fue todo lo independiente (y prudente) que el caso requería o mezcló unas informaciones, las del topo Kelly, con otras hasta poner contra las cuerdas al científico. ¿Puede haber caído la inmaculada BBC en algún tipo de sensacionalismo? El novelista Graham Greene escribió que el pecado del periodismo moderno era, entre otros, el de dramatizar los hechos en detrimento de la verdad. ¿Ha ocurrido también esta vez algo de eso?. Pero no nos desviemos del centro del debate. Para Tony Blair, que se mantiene en sus trece, habrá un antes y un después del «caso Kelly». Ha mentido y no se retracta. En esta película azarosa de fuegos cruzados y personalismos, su jefe de comunicación se sintió aludido, y humillado, por los ataques de la BBC, a la que los británicos llaman «auntie» (tía, tiíta). Ya hay voces que reclaman para la emisora pública un papel menos estridente, una cobertura tranquila, sin tener en cuenta a la competencia. ¿Se puede pedir algo así, la autocensura, a un medio informativo, del tipo que sea? Fue una vergüenza la brutal interpelación a la que sometieron a Kelly en la comisión de Exteriores de los Comunes. Un acoso desproporcionado, lejos de la habitual templanza británica. Un episodio que da que pensar sobre los usos y abusos de la democracia. El que mentía era el gobierno: Pero, en contra de la teoría general de no revelar las fuentes, la BBC, porque estaba en juego la honorabilidad y la vida de un hombre honrado y cabal, debía haberse adelantado en su reconocimiento de los hechos, que sonó a declaración de culpabilidad. Sobre todo porque David Kelly ya lo había reconocido y el ministerio de Defensa lo había refrendado. Y era lo mismo que repetía el inspector Blix de la ONU. En el periodismo anglosajón manda la «doble fuente». Una era Kelly. ¿Y la otra? Este reconocimiento tardío de que Kelly era la «garganta profunda» beneficia a Blair y su gobierno, desacreditados. Ya tiene al culpable para desviar balones fuera. La BBC hizo bien, en su línea hacia la verdad, en denunciar las mentiras del gobierno, su gobierno, su dueño, en mayor medida si tenemos en cuenta la proximidad de sus dos jefes principales con el laborismo. Le sobró contundencia y una exposición más serena. Pero, por mucho que ladren los tabloides de Londres, escocidos por la exclusiva, Kelly no ha sido la victima de la BBC. La primera responsabilidad recae sobre el gobierno laborista. ¿A qué se debe la cerrazón de Blair?. ¿A su carácter prepotente, mesiánico, a su idea de que no debe rendir cuentas a nadie, a su «sostenella y no enmendalla»?

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