FRONTERIZOS
La muerte de Kelly
LAS MALOLIENTES y al parecer necesarias cloacas del poder rebosan a veces cadáveres que atascan la corriente subterránea de los palacios, amenazando con su hedor el desayuno de los gobernantes. - El Támesis, señor , anunciaba el mayordomo con impasible flema británica la crecida del río al lord que leía el Times en el salón azul, según el viejo chiste inventado por algún francés con bastante mala uva. - Un muerto, señor Primer Ministro, le comunicó su secretario a Tony Blair, atragantándole su exposición universal de las ventajas para llegar a ninguna parte de la tercera vía, que ya no quiere romper con el capitalismo, sólo gestionarlo. Y en la gestión, tarde o temprano, aparece un muerto, como en las novelas de la abuela Ágata. Pero en los relatos siempre hay, también, un puñado de sospechosos, un detective sagaz y un culpable. En las alcantarillas del poder todos acaban siendo sospechosos, los detectives trabajan para el gobierno y la culpa fue del cha-cha-cha. Tengo dudas sobre el nombre idóneo para investigar la muerte del científico que manipuló los informes sobre la capacidad destructiva del sátrapa iraquí y que luego le fue con el cuento a la BBC. Haro descarta al Padre Brown o a Holmes por sumisión a sus superiores. Montalbán no se atreve a encargar el asunto a Carvalho y cede la trama para una novela de G. Green. Descartado James Bond por razones obvias (Su Majestad no enviaría a su mejor agente a limpiar su propia mierda, habiendo tanta mierda ajena y lejana), quizá algún huele braguetas de la serie negra norteamericana podría encargarse de un caso que no debe ser muy complicado, por muy inglés que fuera el muerto.