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LOS CUBANOS no tienen suerte. Castro lleva más de cuarenta años en el poder, en la isla no hay libertad y nada parece indicar que las cosas vayan a cambiar mientras el tirano siga vivo. Se le ve mal, flaco y con aspecto de orate pero vivo y haciendo daño. Es una caricatura de aquel coloso físico (le apodaban «El Caballo») que en los años sesenta podía hablar sin parar durante diez o doce horas en un mitin. Ahora, en el último que dio en La Habana el domingo, habló con lengua de trapo insultando a los dirigentes de la Unión Europea en general y al presidente del Gobierno español en particular. Si no fuera por las consecuencias políticas que acarrean sus palabras -más aislamiento para el pueblo cubano-, lo de ahora resultaría cómico. Pero es patético;patético porque, como digo, las cosas que dice y hace aparejan más soledad política para la isla y, en consecuencia, más sufrimiento para los cubanos no afines al régimen que según todos los indicios, son legión. Castro lleva en el poder desde el primer día del mes de enero de 1960 y esa es la fecha que marca un período de excepcionalidad en la política cubana que aún no ha concluido. Desaparecida la Unión Soviética y reorientado el rumbo de la China Popular y de Vietnam, Cuba tiene el dudoso honor de constituirse en un fósil vivo de dictadura comunista. Sólo en Corea del Norte podemos encontrar un caso parecido de un pueblo sometido al arbitrio de una minoría. Sin la policía política el régimen se desplomaría. No hay más que reflexionar acerca del impulso que lleva a muchos de cubanos a jugarse la vida intentando salir de la isla en pateras que se hacen a un mar infestado de tiburones para comprender hasta qué punto la permanencia de Fidel en el poder es una desgracia para sus paisanos. La última diatriba del tirano rechazando la ayuda de la Unión Europea, más que análisis político, reclama un análisis clínico. Bruselas quiere ayudar a los cubanos pero emplaza a quienes gobiernan en la isla a que cumplan con exigencias mínimas de respeto a los derechos humanos. Que respeten a los disidentes (encarcelados por decenas) y que no apliquen la pena de muerte (lo hacen sin cortarse un pelo). A cambio, la UE es generosa con Cuba allí donde los Estados Unidos, sus vecinos, llevan cuarenta años de bloqueo sin gastar un centavo en ayuda humanitaria. Pues bien, la forma que tiene el tirano de agradecer esa sensibilidad europea, capaz de separar el juicio que merece el régimen castrista de las penurias que padecen los cubanos, es el insulto. El insulto y la calumnia. Hay quien piensa que Fidel no está en sus cabales, que la enfermedad neuronal que padece está cursando de manera acelerada. Puede ser, está en la edad. Dada la personalidad del personaje, en este caso, su enajenación mental no induce a compasión, porque es todo un pueblo quien ha de soportar sus desmanes. Un pueblo que será libre el día en el que el loco Fidel sea historia.