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NUBES Y CLAROS

Animales exóticos en la granja

Publicado por
MARÍA JESÚS MUÑIZ
León

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UNA DE LAS consecuencias terribles el abandono de los pueblos, quizá no la más grave pero sí una de las más tristes, es el hecho de que los más pequeños tienen menos posibilidades de asilvestrarse un par de meses al año en el medio rural. La casa del pueblo es un bien familiar cada vez más escaso, y un buen número de niños del asfalto llegan a la madurez sin haber disfrutado de intensas vivencias como salir armado de sombrero y cubo para pescar renacuajos en el reguero de la era, o caja de cerillas para las mariposas, o jaula para grillos. Nunca sabrán que antes que los parques temáticos y las montañas rusas hubo bajada en tabla por la cuesta (enjabonada con Lagarto, para más velocidad), sin más coste que algunos rasguños y no pocos azotes por rotura imprevista de pantalones y camisetas. Aquello nos permitió incluso participar en las trillas tradicionales, antes de la llegada de las máquinas y la desaparición del campo leonés (sí, no hace tanto tiempo). En la memoria permanecen el agitado traqueteo del viaje en carro, con las tablas machacándote el culo, y las vueltas sobre un oloroso lecho de hierba seca; la entrada de paja en los pajares, de la que salía uno con las narices negras y un picor sin alivio en todo el cuerpo. Parte inseparable de aquel paisaje eran los animales. Las carreras por las callejas detrás de las gallinas, delante de los perros; los gatos, el inevitable gocho. Y las vacas, vehículo de tracción, leche recién ordeñada, cecina. Y las ovejas, despertador a la ida, jolgorio a la vuelta, entre polvo y cagarrutas; alimento de pesadillas el cordero ensangrentado a lomos del pastor, comido por el lobo. Para los que vivimos aquello con la naturalidad de lo cotidiano no deja de resultar triste que haya niños que no hayan visto de cerca una vaca, o un pollo. Hace años se puso de moda lo de la granja escuela. Quizá sea la única opción para que los urbanitas dejen de salir de estampida cada vez que se les acerca una vaca. Que no haga falta ser de pueblo para saber que una parda alpina no es un victorino.