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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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PUESTO que todos somos, simultáneamente, Don Quijote y Sancho, nada que objetar en principio a ese brillante proyecto editorial titulado Enciclopedia de la estupidez y que trata de estudiar lo más burdo del ser humano. Hasta la fecha, siempre que se pretendía describir a un tonto muy tonto, bastaba con decir que era estúpido como el Himalaya, comparando las monumentales hechuras montañosas con el capullismo del sujeto aludido. A partir de ahora no, pues el historiador literario Matthijs van Boxsel, un holandés que por visto goza de bastante tiempo libre, asegura que la necedad en una fuerza de progreso con dimensión ética. En su acreditada opinión, la idiotez es condición esencial de la inteligencia. Y aunque no ha puesto ejemplos que avalen su aserto, se nos viene a la mente la impagable imagen de José María Aznar en el rancho de Bush, puro en mano y con los pies a lo vaquero encima de la mesa, minutos antes de comenzar a diseñar con su anfitrión un nuevo orden mundial para el tercer milenio. El problema, supongo, consiste en introducir a unos u otros en semejante listado de necios. Ya sabemos que todo el mundo tiene una grieta en su armadura, e incluso que el comportamiento de algunos es más feo que mandar a la abuela a comprar drogas, ¿pero estos méritos personales bastarán para ser incluido en el Larousse de los tontos? La ley de razas y hasta las ásperas fregaderas de la vida provocan que inevitablemente hagamos el imbécil de vez en cuando, una medalla que por lo visto no es suficiente para entrar en el selecto club de los estultos. Y entonces... ¿Sí... ? Perdonen que les deje, pero llaman pidiéndo mis datos personales para incluirme en la enciclopedia. ¡Qué alegría y qué orgullo! Hay veces que la vida te sirve doble ración de postre.