EN BLANCO
El hedor de Liberia
EN LIBERIA no hay gas, ni petróleo, ni diamantes y, como es natural, a nadie se le va a ocurrir invadirla por sospechar que posee armas de destrucción masiva. Lo único que hay en Liberia es miedo, hambre, y ese hedor de los cadáveres de la calle que se descomponen bajo el sol de África y que se espera insoportablemente por las tardes. Antes de esta última cacería a la que asistimos impávidos frente al televisor, en Monrovia, la capital, no había electricidad, ni agua corriente, ni atención sanitaria, ni alcantarillado, ni recogida de basuras, de modo que sus desventurados habitantes no achacan a la guerra entre el gobierno y los rebeldes el seguir careciendo de todo eso. En realidad, la gente no puede permitirse el lujo de analizar la situación, pues la búsqueda permanente y casi imposible de algo que llevarse a la boca, una hojas, unas raíces, les ocupa el total de su pensamiento. Hay que entender que viven abandonados y olvidados del mundo y de que así seguirán se cual sea de las facciones y sinvergüenzas, ni los rebeldes, criminales, y sinvergüenzas, ni los representan ni los defienden, de modo que no es que la población civil haya quedado entre dos fuegos, sino que ambos la abrasan. Liberia fue un invento de los Estados Unidos para devolver a África el sobrante de sus esclavos y formalmente las instituciones del país africano están hechas a su imagen y semejanza, pero también, al parecer, eses culto a la violencia que les es tan característica. De la actual situación, de esa matanza que nadie detiene, no cabe, empero, preocuparse por los niños de una manera convencional, cuando menos de los mayores de seis o siete años: a esa edad ya matan y mueren con un subfusil, o con un machete, o con un lanzagranadas entre las manos.