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MARRUECOS va mal. Su fragilidad política interna supone un factor de inestabilidad inquietante en una zona tan sensible como es el norte de África y el Estrecho de Gibraltar. Los atentados terroristas acaecidoscel pasado mes de mayo en Casablanca -con su terrible balance de víctimas: 41 personas asesinadas, tres de ellas ciudadanos españoles- fueron un aldabonazo cuyas resonancias no se han apagado todavía. La prohibición de partidos de inspiración islámica, etnicista o regionalista anunciada personalmente por el rey Mohamed VI, da idea de la persistencia e intensidad de las alarmas que se han encendido en el país vecino. Con una medida de esta naturaleza, Rabat opta por una vía que recuerda a la emprendida en su día por el Gobierno argelino contra el FIS, movimiento político islamista que había resultado vencedor en unos comicios municipales. En Argelia, aquella controvertida decisión marcó el principio de una guerra civil no declarada en la que, según algunas fuentes, han perdido la vida ya no menos de cien mil personas. Es verdad que en el ámbito de las ideas religiosas Argel tiene menos recursos que Rabat pues no debe olvidarse que el Rey de Marruecos, como 'emir', es, también, la máxima autoridad religiosa del Reino y ante los creyentes hace valer su condición de descendiente del Profeta, pero con ser este un factor importante no se puede olvidar que vivimos en la era de la globalización y en las mezquitas marroquíes junto a los minaretes se ven ya por todas partes antenas de televisión. Quiero decir que, al margen de las proclamas religiosas, los partidos islámicos son plataformas de poder cuyo objetivo principal es el control de los resortes del Estado. Para quien pudiera tener una visión ingenua de estas cuestiones ,el Irán de los ayatollas ofrece algunas pistas respecto del fin último de este tipo de movimientos no democráticos. ¿Ha hecho bien Rabat al prohibirlos? ¿Tenía otra opción? ¿Pueden quedar sin expresión política miles, tal vez millones, de ciudadanos sin que esa exclusión tenga, a su vez, consecuencias sociales indeseables? ¿ Se ha encendido una mecha sobre un barril de pólvora? Son preguntas de respuesta compleja. La decisión de Palacio es una apuesta muy fuerte y solo el tiempo nos dirá si tiene capacidad para metabolizar las reacciones que sin duda van a producirse. Reacciones no sólo entre los islasmistas, también dentro de la comunidad bereber, pues el decreto real también va contra el incipiente movimiento «nacionalista» que tiene partidarios en la región del Rif. En Argelia, en la Kavilia, la zona donde se habla el 'tamazihg', la lengua bereber, está en marcha un movimiento popular en abierta disidencia con el Gobierno de Argel. ¿Podría suceder algo parecido en Marruecos? Es pronto para saberlo pero quizá sea ya tarde para una política de vetos. El joven rey concitó en un principio muchas, quizás demasiadas esperanzas con sus promesas de democratización. Pero lo cierto es que catro años después, las cosas no marchan bien: el paro es endémico, la corrupción no ha desaparecido y la gran desigualdad en el reparto de riqueza hace que la inmigración siga siendo la única y frustrante salida para millones de jóvenes. Fuera de sus fronteras, tampoco las cosas pintan bien, porque la cuestión del Sahara no se ha resuelto con arreglo a las ambiciones anexionistas de Rabat. En resumen: habrá que estar ojo avizor a lo que pasa al otro lado del Estrecho porque en Marruecos las cosas van mal y no debemos olvidar que cuando Rabat se constipa acostumbra a estornudar mirando hacia España, en este caso hacia Ceuta y Melilla.