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Publicado por
RAFAEL GUIJARRO
León

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RIGBY, Reichheld y Schetter señalan cuatro razones por las que fallan muchos partidos políticos en la venta de sus ideas a los presuntos electores. La más importante consiste en confundir la abundancia con la efectividad: como si a más decir y enseñar, más vender. Cuanto más tiempo ocupen las ideas del partido en cuestión el imaginario de los votantes, un mayor número de ellos las votará. Por ejemplo, cuanto más dure en directo la exposición del ideario socialista en la discusión de la Asamblea de Madrid, más gente se convencerá de la verdad que hay en él y más gente lo votará y cuanto más tiempo se exponga el del PP, sucederá lo contrario. Una de las consecuencias de ese modo de pensar consiste en enfadarse porque mi líder pasa menos tiempo en la tele que el tuyo, a mi Partido se le esconden sus propuestas frente a las tuyas; no nos hacen caso como nos merecemos y nos están boicoteando para que nuestro mensaje no llegue a calar tanto como el tuyo en la audiencia potencial. Los expertos afirman que lo que podría ser cierto en abstracto: más de una cosa implica más conocimiento de ella, en la mayor parte de los casos de la política no se cumple porque a los políticos siempre se les va la mano en la ración que les gustaría dispensar al público sobre sus ideas y proyectos. Y como son insaciables en el más, más, más de lo mío, aunque les parezca que dan poco, siempre dan demasiado y provocan en los posibles votantes un efecto de hartazgo, de vienen a por mí, de sentirse abrumado, acechado y acorralado, en vez de informado, atraído, convencido y enamorado. Una sobreexposición a Ruth Porta, a Tamayo, a Caldera, a Balbás, a Simancas, personajes prácticamente desconocidos por el imaginario de los votantes hasta anteayer y de los que sabemos hoy hasta el número que calzan, consigue mucho tiempo de antena para el socialismo pero pocas ganas de votarle, de meterse dentro de él, de convivir con semejantes especímenes de la vida política. Frente a esa sobreexposición, tampoco es que atraiga, convenza y enamore la del Partido Popular, ni siquiera con el incentivo de la peculiar búsqueda sucesoria entre brontosaurios reconocidos de la política de centroderecha. Cuanto más tiempo se ocupa, cuanta más información se da, mayor es el estado de abrumador acechado y acorralado que tiene el presunto votante-cliente del partido en cuestión. Por alguna razón, dicen los expertos, los políticos tienden a pensar que sus electores son más tontos que ellos y que hay que insistir como una señorita Rottenmaier cualquiera, una y otra vez en lo mismo, pese a la antipatía que despierte, el hartazgo, la saciedad, de tantas veces de lo mismo, cada vez que se enciende el televisor. Sin embargo, la mayoría de los votantes los contemplan como una opción de compra más, como si tienen que elegir de la estantería entre la coca y la pepsi y sólo quieren que no se escondan, sino que estén a la vista para poder optar entre unos y otros con facilidad, que gobiernen bien y se dejen de zarandajas y que podamos vivir en paz.