PANORAMA
En Marbella la cosa está fea
QUIENES de una u otra manera nos consideramos casi marbellíes de adopción no podemos evitar un estremecimiento, un escalofrío, ante lo que está ocurriendo en la otrora bella ciudad, que hoy, lamentablemente, ya no está haciendo tanto honor a su nombre, aunque quien tuvo, aún retenga. Los muros de cemento han avanzado implacablemente, millones de metros cuadrados de terreno verde han sido recalificados y la angustia urbanita se deja sentir en la aún encantadora villa que fue marinera y placentera. Los excesos del ex alcalde Jesús Gil, hoy inhabilitado por los tribunales para la vida pública, y de su ex socio, compañero de partido, ex amigo y ex cómplice -ellos mismos lo confesaron ante las cámaras de televisión, y por ello han tenido que declarar ante el fiscal-, el actual alcalde, Julián Muñoz, han propiciado la transformación, yo diría la torremolinización, de una ciudad que se quiso preservada de los males de la aglomeración, de los rascacielos, de los males de la masificación. Gil prefirió el negocio inmediato a cualquier otra consideración medioambiental: no es Don Jesús hombre que se desvele por dejar el mundo mejor de lo que lo encontró, y lo que luego ha sucedido era previsible desde hace tiempo. Su socio, quiero decir, subordinado en el Ayuntamiento, Julián Muñoz, feliz pareja de la famosa tonadillera Isabel Pantoja, parece haber compartido siempre tal filosofía de vida: enriquecimiento rápido, plusvalías, ladrillos, relojes de valor millonario, cadenas de oro, horterismo a tope, concejalías de urbanismo mejor que de Cultura... Y ha sido el Urbanismo, representado por el que todos llaman impresentable ex gerente de la cosa, Juan Antonio Roca, el que en mayor medida ha contribuído a separar a dos amigos que tanto deben al cemento armado, al ladrillo, al mármol, a Arabia Saudí y ciertos y puntuales sectores sociales provenientes de Italia y de Rusia. El urbanismo, que tantos disgustos nos ha dado a los españoles desde que algunos «affaires» aconteciesen tras las elecciones municipales. En las que, por cierto, el GIL, con Julián Muñoz a la cabeza y el inventor de la marca en la retaguardia, obtuvo mayoría absoluta. Nada importaron los escándalos pantojiles. Nada el hedor a podrido que se extiende por toda la ciudad. Los marbellís, o marbelleros, son los primeros culpables de lo que ahora ocurre, por muy duro que resulte el decirlo. Votaron, y aún muchos se ufanan de seguir respaldándola, una opción que ya era imposible; puede que Julián Muñoz logre frenar la moción de censura en cuyo respaldo incautamente han caído los antaño enemigos de Jesús Gil en los partidos socialista y andalucista. Pero no puede soñar con seguir gobernando Marbella como si fuese su finca privada, que es a lo que en el GIL estaban acostumbrados. Las cosas van a cambiar, y mucho, porque el espectáculo es ya insoportable para cualquier persona honrada y con cierto sentido estético de lo que ha de ser la política.De todo este escándalo solamente saldrá un ganador: el Partido Popular, que es el único que ha sabido mantenerse al margen de la tentación de participar en el pillaje urbanístico que todos los demás habían acordado, fíjese usted qué curioso, compartir cuando hubiese triunfado la moción de censura.