EN EL FILO
Faltan patrocinadores
TANTO hablar de burbujas financieras y estamos dejando pasar de puntillas a la burbuja del deporte. A la hora de elegir entre su club favorito o su chalet preferido, los españoles han optado masivamente por el chalet. La cultura del ladrillo es invencible, y nadie renuncia a tener aunque sea un adosado de los de formato colmena y metro cuadrado y medio de jardín, cueste lo que cueste, y haya que endeudarse lo que no está escrito para los próximos mil años, con una de esas hipotecas serpenteantes que se van adecuando al terreno de los dineros de cada uno como las boas constrictor, y se van comiendo todos los restos de cualquier patrimonio, a medida que se les van poniendo al alcance de sus mandíbulas devoradoras. En cambio, faltan patrocinadores para el deporte. El ciclismo se muere, el fútbol ha mandado equipos a tercera, les rebajan las dietas y los sueldos, las primas y las fichas a los jugadores, a los entrenadores. Casi también a los árbitros, para que lo pueda hacer cualquiera pasando desapercibido, y no como Guruceta, LoBello, Sánchez Arminio y esos otros que fueron las leyendas del arbitraje y las personas más insultadas del Globo por culpa de sus errores reales o presuntos. Para soportar eso había por lo menos que cobrarlo. Un oficio tan duro y con tan poca retribución. A la gente no le gustó que empezaran a llevar publicidad, pero de algo había que comer, y luego la llevaron también los jugadores, y luego la ponían delante y detrás de los micrófonos, y obligaban al entrenador y a los jugadores a ponerse allí a que se viera mientras decían cualquier cosa. Pero no basta si no hay tele, e incluso si la hay. Alguna de las grandes empresas de televisión ha quebrado por no tener dinero para pagar el deporte, los sueldazos, los fichajes estrella, la Liga mejor pagada del mundo y todo eso. Ya no queda casi nada de nada: ni me lo merezco, ni menos millones y más tacones, ni así, así. El Madrid tiene que hacer bolos de verano como los cantantes o los toreros de segunda fila, que se van a las quimbambas en donde nadie tiene ni idea de fútbol o de toros o de lo que cantan, y un partido aseadito y desentrenado provoca furor entre chinitos, como lo haría un combate de sumo en la Plaza de Vista Alegre, por lo raro de la gente pegándole patadas a un balón, en vez de agarrarse de la cintura los dos más gordos, y sacarle del campo a empujones al más débil, que es lo que se ha hecho siempre. Los demás recortan presupuestos, gastos, fichajes, luces, camisetas, buscan patrocinadores, gente que ponga dinero para el deporte que se ha vuelto una cosa carísima, y la gente tiene metido su dinero en el chalet para los próximos mil años y no le queda ni para sacar la entrada de tercer anfiteatro. Ni la tele va a dar el fútbol sin cobrar, así que volveremos a la oca y al parchís y a escuchar los goles por la radio, imaginando la posición teórica del volante izquierdo y que vuelva Matías Prats, que ese sí que lo contaba bien, y nos enterábamos de todo y sin pagar, y no como ahora, que cuesta un duro hasta respirar.