EL PAISANAJE
Son como son
EN LOS buenos y viejos tiempos todas las abuelas aspiraban a que, por lo menos, uno de la prole se dedicara a la política y llegara a subsecretario, lo de ministro ya era el colmo, a fin de que la familia pudiera lucirse con una calle dedidada en el pueblo al nieto Roque Rodríguez, por ejemplo, con la placa de mármol correspondiente en la casa solariega recordando su imparable ascensión en la cosa pública. También valía si Roque se quedaba sólo en gobernador civil o en presidente de diputación, porque las otras comadres de la calle se quedaban igualmente pasmadas de la listura de Roque, del que, antes de hacer carrera en Madrid, sólo recordaban vagamente que de pequeño ni siquiera sabía hacer la «O» con un canuto. Hay que suponer ahora que la mentalidad de las abuelas modernas habrá dado un giro de ciento ochenta grados después del espectáculo de Tamayo, Simancas y compañía en Madrid y de los chicos de Gil en Marbella, empeñados todos no ya en tener una calle sino barrios y pueblos enteros, cada uno según su particular plan de urbanismo. Debe agradecerse estos días a la clase política la sinceridad con que se explica en los programas de televisión, desde Madrid hasta Marbella, no porque su conducta no sea edificante, sino precisamente por lo contrario: todos quieren edificar a tope. Dicho esto, a cualquier abuela medianamente decente se le caería hoy la cara de vergüenza con la sola insinuación de que uno de sus nietos pueda meterse en política y que, encima, le salgan luego mentando a la familia (al padre o al cuñado constructor), todos los días en Telemadrid o en Canal Sur. Hay cosas que se salen de madre. Bienvenido sea el culebrón de este verano, que deja a cada cual en su sitio. «Efectivamente el Roque ha llegado lejos», es lo más que podrían suspirar ahora las abuelas mientras le lían el petate para Carabanchel. En cuanto a dedicarle una calle, más vale correr, en vez de descubrir, un tupido velo en la plaza del pueblo recién reedificada con tanto ladrillo de protección oficial. Ha merecido, en fin, la pena esperar a este verano para asistir el primer destape de la clase política, que tardará de ésta no poco en recuperar su imagen. «España es un gran chiringuito», piensa ya casi todo el mundo en la plaza. Porque el Roque, que iba para alcalde constructor, como Carlos III, no pasa de ser un adobe, diga lo que diga su abuela.