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Publicado por
ANTONIO CASADO
León

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VIVIMOS en una democracia realmente estadística. Todo, prácticamente todo lo que nos rodea y marca el desarrollo de nuestras vidas, se mide en números, en cantidades y cifras comparadas, aunque la comparación sea extraordinariamente odiosa, sobre todo para el que sale perdiendo. O sea, que siempre se hace al gusto del interesado. Eso ocurre con las cifras del empleo que dse dan desde distintos organismo oficiales, medidas de una u otra manera. O las del paro, que viene a ser lo mismo pero no es lo mismo y por eso es uso y costumbre habitual en los poderes públicos situarse en la perspectiva del empleo, que es la positiva, y no en la del paro, que no deja de ser un punto de vista negativo, difícimente aceptable por la ciudadania. Viene a cuento de las últimas cifras del crecimiento del empleo durante el pasado mes de julio, en el que el sector servicios suele tirar de la actividad. Una vez más al Gobierno se le ha llenado la boca con cifras. Las tomes por donde las tomes parece que España vive en el mejor de los mundos a pesar de que seguimos ostentando el lamentable privilegio de ocupar la cabeza en cifras de paro dentro de la Unión Europea. Naturalmente, eso se oculta. Nadie diría, escuchando al ministro Eduardo Zaplana, que España tiene la mayor tasa europea de paro. Ni mucho menos. También se ocultan todas las consideraciones que afectan a la calidad del empleo, en este caso, que es precario y sigue teniendo una alta incidencia entre mujeres y jóvenes en general. Para la democracia estadística que funciona en el muy liberal reino del mercado, el trabajo ha dejado de ser un elemento de integración social que sirve para relacionarnos con los demás y mantener la autoestima personal. Se ha convertido en un epígrafe de la cuenta de resultados, un coste evaluado en los balances de una empresa, una mercancía más. A partir de ahí se entiende la fuerza mediática de unas cantidades que sirven para acreditar los logros del Gobierno del Partido Popular en materia de empleo, siempre medidos en cifras, pero que no reflejan la angustia de un hombre o una mujer que puede ser despedido en veinticuatro horas si no le renuevan su contrato y, por tanto, no está de humor para traer hijos al mundo, embarcarse en la compra de una vivienda o hacer frente a las deudas acumuladas durante el tiempo que estuvo desocupado. De cada diez contratos laborales, nueve son eventuales. Ese es el dato demoledor que impugna la realidad encerrada en las cifras del INEM o la EPA y debidamente edulcorada para la galería por el Gobierno cada vez que sale ganando en las comparaciones, respecto al mes anterior o a épocas anteriores. No basta con hacer cuentas. Y si se hacen no es bueno ocultar que seguimos siendo el país con más paro de Europa, que las desigualdades territoriales son lacerantes (véanse las cifras en Navarra o en la Rioja, por ejemplo, en comparación con las de comunidades como Andalucía o Extremadura), y que el empleo basura es el principal nutriente de esas cifras tan alegremente manejadas por el ministro de turno. Y por el Gobierno.