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León

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JUAN Vicente Herrera prosigue su peregrinaje estival. Pero ha pasado de largo, una vez más, por una de las propiedades de la Junta que la Consejería de Economía podría proponer -en un lapsus imposible, ya, ya, ya- para residencia del presidente de la Junta. El monasterio de Santa María de Sandoval pertenece a ese elenco de propiedades, está a la vera del Camino de Santiago -que tanto gusta de andar y desandar el presidente- y en medio de una fértil vega entre los ríos Esla y Porma. Está claro que a ningún consejero, por muy caliente que venga el verano, se le ocurriría designar para residencia oficial del presidente, no ya a un monasterio en ruinas, cualquier morada fuera de Valladolid (la capital oficiosa). No ha de temer nada el presidente sobre su posada oficial. La pesada herencia que el Ministerio de Agricultura traspasó a la Junta en 1984 aún no ha encontrado un destino en lo universal, es decir, en el universo de la administración autonómica. Porque a Sandoval se le exige un destino para ser restaurado, cosa que no sucedió con el monasterio de Carracedo cuando la Diputación se empeñó en rescatar las ruinas de entre las berzas en 1986 ni, más recientemente, con el monasterio de Montes que sale de entre la maleza en el valle del Silencio gracias a un plan integral de restauración patrocinado por la Junta de Castilla y León. Las acciones y clamores de Pro Monumenta han logrado salvar el coro y apuntalar, año a año, algún que otro muro. Y poco más. En algún ignoto cajón de la Junta duerme el sueño de los justos el informe que ve aquí el lugar idóneo para descongestionar el centro de restauración de bienes muebles de Simancas, cuyos primeros moradores, unos monjes cistercienses, vinieron de Santa María de la Santa Espina (Valladolid). Tal vez a la vuelta de las vacaciones, o del peregrinaje, el presidente se pare un rato un Sandoval y lo contemple, ahora que el Patio Herreriano ya es todo un éxito de restauración y de arte contemporáneo.